Por Roberto Marra
A veces, muy de vez en cuando, nacen seres especiales, esos que se transforman en referencias, en convicciones que cautivan, en señales de la existencia de mejores realidades, de mundos alternativos a los soportados. Y se hacen a la vida como necesarios antecedentes de prosperidades que ellos mismos cimientan con sus actos y sus palabras, con cada ruta que nos muestran, con cada lucha que nos plantean ante nuestras incertidumbres.
Son sombras de la historia despojada de vergüenzas y agachadas, lecciones de la academia de las calles militantes, añoranzas sin tristezas de un futuro que nos fuera arrebatado, ánimo imbatible para nuestras debilidades de simples hombres y mujeres que buscan, en esas personas especiales, las bases para construir sus esperanzas.
Cuando las descubrimos, cuando sus voces se nos hacen costumbre necesaria, cuando sus audacias nos abren los senderos de las disputas con los poderosos, cuando sus energías alimentan nuestros corajes y resumen la alegría de sentirnos parte de la lucha cotidiana, ahí comenzamos a mirar con otros ojos la distancia a ese horizonte de las utopías nunca alcanzadas.
Por eso tanto dolor por esta partida injustamente anticipada de la Hebe imprescindible. Esas son las razones del llanto incontenible, de la mirada sin refugio, de las manos crispadas de la bronca por lo incomprensible de su ausencia. Era su observación enérgica y su voz apasionada la que nos hacia ver en la oscuridad de las injusticias que aniquilaba con palabras sencillas pero certeras. Era La Madre de las batallas contra los miserables negadores de verdades. Era la avasallante enemiga de las medias tintas, la testaruda referencia de lo imbatible, la animosa líder de los combates contra los enemigos del Pueblo.
Pero era, al fin de cuentas, sólo una simple madre, que no aceptó mansamente el dolor de la pérdida de su hijos, que se alzó contra tanta ignominia y perversidad con su presencia audaz y desgastante del asqueroso poderío de los cobardes que le quitaron lo mejor de su vida. Sólo con ello hubiera bastado para admirarla, pero fue por más. Y encontró en su camino de ida hacia la gloria, a dos seres de su misma estirpe, que la abrazaron y le cubrieron su lucha con derechos, los mismos por los que sus hijos perdieron la vida.
Fue reivindicada antes de su partida, pero ni aún así nos conformamos. Tendremos que ser mucho mejores, adquirir toda su energía, llenar nuestras alforjas con la suya y multiplicar sus batallas por millones, hasta hacer realidad todos sus sueños. Y hacer tronar el escarmiento popular, ese imprescindible parto de la nueva historia que nos debemos, hace ya demasiado tiempo. Allí habrá de estar, al frente de la última batalla, la eterna Hebe, la dueña de todo el coraje de la Patria postergada, renacida en los ojos esperanzados de millones de retoños de su alma brava.
No hay comentarios:
Publicar un comentario