Por Roberto Marra
El orgullo por las banalidades parece ser el rasgo más común entre los funcionarios a cargo de las ciudades. Ahí lo tenemos al “rey de las bicisendas” Larreta, en Buenos Aires, mostrando su vanidad por la desaparición de cuanto espacio abierto exista en esa ciudad para construir grandes complejos inmobiliarios que, además, está atravesados por la connivencia de los grupos empresariales con el mismo intendente.
Pero a no desesperar, que a sólo 300 kilómetros de allí, otro vanidoso de las frivolidades urbanas está haciendo de las suyas. Es que ahora el intendente de Rosario nos promete la hazaña de poder contar, en unos pocos años, con la presencia estelar del segundo edificio más alto del País en esta ciudad.
¡Ah, que prodigio arquitectónico! ¡Qué notable expresión del poderío urbano de la Chicago argentina! ¡Qué avance hacia una mejor calidad de vida de la población rosarina...! Bueno, esto último, es una exageración casi obscena, pero el hecho amerita un poquito de inútil vanagloria ciudadana. Aunque, más que eso, esta nueva apuesta por la “futilidad edilicia trascendente”, permite distinguir cuales son los objetivos reales de esta administración.
Allí podemos ver, en el mismo sector urbano donde será emplazada esta torre de la vanidad y el despilfarro, otras expresiones de la frivolidad constructiva, cementerio de dineros mal habidos, manifestación corpórea de los crímenes del narcotráfico. Allí podemos ver la muestra de la nimiedad elevada al rango de política urbana, palmaria demostración de la torpeza de los funcionarios y del “dejar hacer” como único modo de permanecer en sus sillones.
Alto, bien alto crecen las montañas de dólares evadidos transformados en hormigón y cristal. Bien arriba, lejos del olor a pobreza que nos apabulla en cada villa, a las cuales, cada tanto, se les abre una calle o se les construye una miserable instalación que nada cambia de sus horrores inhumanos. Tan lejos como se pueda se elevan los pisos donde nadie o muy pocos habitarán. Tanto como las cuentas bancarias de los “emprendedores inmobiliarios”, siempre los mismos, acompañados por las mismas empresas constructoras.
Rosario en manos de una élite destructiva del patrimonio y constructora de un futuro paradójicamente hundido en los escombros de lo que pudo ser, convertida en un remedo de “gran ciudad”, asolada por el crímen y la miseria cotidiana. Un destino incomprensible para una urbe donde florecieron, en otros tiempos, bellas demostraciones arquitectónicas, que expresaban poderíos económicos sí, pero atados a un concepto urbano totalizador, inclusivo y enorgullecedor.
Las ciudades se han convertido en “cotos de caza” de aventureros y arribistas sin criterio urbano alguno, como no sea el de hacer trizas lo existente para construir algún paradigmático panteón de sus vanidades sin escrúpulos. La política ha dejado paso a la componenda con los poderosos ocupantes del territorio, desalojando su historia a fuerza de piqueta y desprecio a sus habitantes. El urbanismo sólo se practica en la facultad de arquitectura, y mal enseñado, a estar por los resultados.
La razón de ser de la administración ciudadana actual, parece ser la de reproducir la inequidad que por generaciones se fue “apadrinando” desde el Poder. La injusticia social se expone como nunca cuando aparecen estas monstruosas maneras de recordarnos que ya no somos ciudadanos, sino simples “vecinos” de una urbe sin alma, siempre dispuesta a venderse al mejor postor. Todo por el miserable “orgullo” de poseer el segundo edificio más alto de Argentina. Todo para ver quien lo tiene más grande...
No hay comentarios:
Publicar un comentario