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lunes, 1 de agosto de 2022

LA HISTORIA NO SE HACE EN SILENCIO

Imagen de "IYC"
Por Roberto Marra

Hay frases o palabras que, no por repetidas hasta el cansancio en discursos berretas y anodinos, dejan de tener sentido y conexión con la realidad. Un ejemplo de ello es lo de la “mayoría silenciosa”, aquella expresión que remite a esa gran parte de la población que no pareciera participar nunca de las acciones que generan los gobiernos, esos que esa mayoría inexpresiva también ha elegido, por acción u omisión. O, por lo menos, han formado parte del conjunto de ciudadanos habilitados para hacerlo.

La cuestión es descubrir las razones de tales silencios mayoritarios, los por qué del aparente “dejar hacer” ejercido por esa masa de supuestos desinteresados en la cosa pública. A poco de “rasguñar” en la superficie silenciosa de tales ciudadanos y ciudadanas, seguramente se podrá notar algo más que simple apatía o desinterés. Y si a esa búsqueda debajo de “la piel” de esa enorme cantidad de miembros del pueblo, se le agregan los datos inerentes a sus orígenes sociales y sus historias de vida (o sobrevida), se podrá tener una aproximación más certera acerca de las causas de esos silencios dañinos, sobre todo para ellos mismos.

La conformación de esas actitudes alejadas del interés por conocer lo trascendente que tienen los actos de gobiernos, como no sea para la protesta fácil de mesas de cafés y colas de bancos o supermercados, no es una simple actitud individualista (aún cuando lo sea). No parte de una decisión sólo personal de cada quien, sino que posee una gran carga de “idiosincracia adquirida”, a través de la formación subliminal dirigida desde el aparato comunicacional que el Poder Real posee para la más fácil dominación de esas “mayorías silenciosas”. Que lo son mucho más por la acción de esa propaganda alienante y destructiva del razonamiento propio, que por impulso de posturas individuales ante los acontecimientos cotidianos que desde las políticas públicas se generan.

El silencio es salud”, arengaban en épocas dictatoriales, frase que ocultaba la condición negada de los derechos más elementales, para poder desarrollar toda la perversidad de los peores actos inhumanos y las más aberrantes maneras de involución social. No, no es saludable ese silencio, el de los pueblos sometidos, el de la ciudadanía ignorante, el de las juventudes perseguidas sólo por serlo. Tampoco es saludable el no ejercer los derechos políticos, que hacen a la única manera que existe de cambiar lo que no está bien, de modificar la realidad empobrecedora de millones de oprimidos por un sistema que se vale del engaño y la estafa moral para perdurar y profundizar la miseria material y espiritual de las mayorías.

Siempre es tiempo de hablar y hasta gritar nuestros empeños por una sociedad digna y por una dignidad que nos abarque a todos y todas. Siempre será necesario advertir los errores o los desvíos de las promesas electorales, señalar las injusticias y sus culpables, empujar el destino hacia el horizonte de los sueños populares, solicitar y hasta exigir los cambios que la marcha de los acontecimientos mal resueltos nos indiquen.

El tiempo no nos espera, nos empuja. Los momentos de decisiones no son eternos, sino puntuales y casi instantáneos. La miseria y la pobreza no tienen otros límites que la decisión mayoritaria de tomar en nuestras manos la construcción de una nueva realidad, bien parecida a los enunciados mil veces mencionados en discursos que no se sienten, o en mensajes que no parten de las convicciones, sino de las conveniencias sectoriales.

Estamos ahora en una de esas coyunturas condicionantes del futuro. Las malas decisiones han proliferado y sus efectos causan la profundización del alejamiento mayoritario de la acción política cotidiana. Participar resulta, ahora más que nunca, la tarea indispensable para revertir tanta desviación de los objetivos, tanto acercamiento a los intereses de un Poder que no perdona ni le importa la vida de nadie, como no sea para que le sirva a sus acumulaciones de riquezas mal habidas.

Protagonizar la acción demandada por las dramáticas circunstancias que se suceden ahora mismo, es el rol exigido para cada ciudadano y ciudadana que pretenda ser tenido en cuenta en las decisiones gubernamentales. Colocarse a las espaldas de los buenos gobernantes para defender sus acciones positivas es tan importante como debatir de frente sus malas decisiones. Porque la estructura de dominación y la apatía mayoritaria no podrá ser modificada sin la argumentación clara y contundente de un Pueblo empoderado, jugando su destino en las calles de las reivindicaciones, haciendo su historia y construyendo la unidad desde los cimientos de esa masa de conciencia que se eleva cada vez que las banderas de la dignidad nos convocan a ser parte de una historia sin silencios.

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