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martes, 26 de julio de 2022

SEREMOS REVOLUCIONARIOS

Por Roberto Marra

En los últimos tiempos, la palabra “revolución” viene teniendo mala prensa. Suena “de modé” mencionarla o proponerla. Es estigmatizado quien lo haga, al punto de considerarlo poco menos que un tonto soñador de épocas que ya murieron. Periodistas y opinadores aneuronales de paneles televisivos, se sonríen socarronamente cuando algunos de sus entrevistados menciona el término, ahora devenido en recuerdos de tiempos (aparentemente) ya fenecidos.

No es casual este proceder mediático, sino un modo preventivo de contener a las ideas en el entorno de lo admitido por los ganadores de esta época miserable en lo económico y también en lo cultural. Es una forma de establecer el límite hasta el cual se puede ejercer algún derecho de opinión y no mucho más. Es la carta (supuestamente) ganadora de esta partida que vamos perdiendo por muchos puntos y desde hace demasiado tiempo. Es la consagración de la decadencia moral, el bastardeo politiquero y la mentira elevada al rango de certeza absoluta.

Entonces, se nos cruza Evita. Reaparece desde su débil figura después de setenta años, abandona el féretro donde algunos oportunistas creyeron poder retener su vigor, se aleja de los palabreríos de homenajes falsificados y los recordatorios sin sustento, para elevarse por sobre la mediocridad de quienes sólo son especuladores de una fe que no profesan. Y regresan sus mensajes repletos de amor por un Pueblo que no la olvidó tal y como era. Y suenan de nuevo sus gritos contra los poderosos de entonces y de ahora, los mismos ladrones de esperanzas que intentan hacernos creer que ya no podemos tenerlas. Y se hacen truenos sus advertencias, se ratifican sus palabras de entonces frente al accionar despiadado de los enfermos de codicia, a los exaltados odiadores de todos los tiempos, a los escritores de vivas al cáncer, a los amenazadores de guillotinas y horcas del deseo más obsceno.

Entonces, la palabra “Revolución” recobra sentido, se apodera del espíritu popular, renace en las conciencias maltratadas por décadas de engaños y maledicencias, se recupera de la larga enfermedad del posibilismo, hace trizas el envase fulgurante de la falsía disfrazada de realidad y enarbola nuevamente la bandera pisoteada de los sueños de Patria soberana. Aparece el horizonte oscurecido por los negros nubarrones del “no se puede”, tapado por las lluvias de palabras vacías que no lograron nunca borrar su imagen de mujer revolucionaria.

Aquí estamos ahora, transitando un período gris de la política, una etapa de sorderas y anteojeras que alejaron a esa imprescindible líder espiritual de las decisiones tomadas. Se sentencian las imposibilidades, se anudan los destinos populares a las miserias consumadas antes por el Poder Real en su paso por el gobierno del Estado, se retrocede sin cesar ante los reclamos de los genocidas de saco y corbata disfrazados de “grandes empresarios”. Todo en nombre de la falta de una favorable “correlación de fuerzas”, cobardía disfrazada de realismo que no es tal.

Podemos y debemos regresar a Evita, a la que nos advertía los peligros y nos señalaba los caminos, a la que nos mostraba la importancia de la condición inalterable de su valor ante el enemigo, a la que nos indicaba con su voz pequeña pero imponente, donde estaba la razón de la vida de un militante, que era la de ella misma. Necesitamos volver a escuchar sus mensajes, a leer sus conceptos de amor indeleble hacia el Pueblo al que le dedicó su breve existencia. Es preciso, aqui y ahora, retornar a su fuente y beber de su bella herencia de valores diáfanos y eternos, para re-elaborar todo lo hecho, para alcanzar esa felicidad que sólo será si nos atrevemos a ser revolucionarios. Como Evita.

 

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