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sábado, 26 de febrero de 2022

"PRENSA LIBRE"

Imagen de "Cuadernos de Periodistas"
Por Roberto Marra

Es común observar como se tergiversa la realidad para sostener un criterio. Es el caso de quienes informan a través de “la prensa libre”, ese conglomerado de diversos modos periodísticos que llevan la voz cantante sobre los sucesos. En ese ámbito en especial, se producen los mayores desatinos referidos al conocimiento de los hechos, que los actores del sistema comunicacional atraviesan con sus ideologías y sus intereses escamoteados al común de sus receptores, pero fácilmente perceptibles cuando se los escucha o se los lee con atención.

Resulta muy lógico la existencia de una ideología en cualquier ser humano. Forma parte de la construcción identitaria individual, hace a la conformación de su integración social. Lo “antinatural” resulta su intento de ocultamiento para no ser reconocido como partidario de tal o cual pensamiento, como modo de hacer ver una imparcialidad imposible, máxime en el ámbito mediático. Sin embargo, es el común denominador en la mayoría de los informativos y programas de análisis político o geopolítico.

Para proteger su apariencia ecuánime, el periodismo “apolítico” o “aideológico” se servirá del más que acostumbrado modelo de mostrar o escuchar “las dos campanas”. Se trata de un método de ocultamiento de la ideología del (supuesto) periodista en base a convocar a personas de pensamientos opuestos entre quienes se promueve una discusión, generalmente a los gritos, las más de las veces de verborragia incomprensible y/o insultante, que culmina, siempre, en el cierre por parte de quien resulte más afín a los intereses del entrevistador.

Este método se aplica frente a cualquier tema, sin importar la (casi siempre) poca o nula capacidad de los “panelistas”, porque de lo que se trata no es de dar diversas interpretaciones de la realidad para poder entender mejor, sino de acarrear agua para el molino de las ideas sostenidas por el medio donde se desarrolla semejante parodia periodística.

Así, ante una guerra desatada, cualquier pelafustán sin conocimiento de la geografía y la historia donde se desarrollan esos acontecimientos, opinará como si fuera un profundo conocedor de las circunstancias, los procesos devenidos, los actores involucrados y las razones (justas o no) que hacen a la posición de cada uno de los contendientes. Frase común si las hay, es esa de que “la primera victima en una guerra es la verdad”. Pero, en realidad, la verdad es objeto de un pérfido manejo a discreción de quienes ejercen la hegemonía comunicacional, local o internacionalmente, mucho antes de que se desate cualquier conflicto armado. Más aún, suele ser la causa de que se produzcan esos crueles acontecimientos.

El periodismo local suele ser demasiado imitativo de aquellos modos de comunicar puestos “de moda” por algunos “popes” del relato hegemónico. Y no sólo los modos son copiados, sino la propia manera de “entender” la realidad, tergiversada al antojo de sus mandantes empresariales. No tienen prurito alguno en mentir u ocultar, porque ya forma parte de la cotidianeidad informativa desde hace mucho tiempo. No les importa demasiado modificar lo que pudieran haber opinado no hace mucho sobre el mismo tema, con tal de recibir los favores de los poderosos que pagan sus sueldos, generalmente voluminosos.

Predisponen a la población al odio, engañan con sistematicidad, estigmatizan a líderes nacionales o mundiales para entorpecer el éxito de sus gestiones, modifican los hechos según la conveniencia del imperio al que, invariablemente, rinden tributo ideológico. Señalan con insistencia a los supuestos culpables de cualquier hecho, inventando historias que, además, cuentan mal. Involucran en opiniones horrendas a personas que jamas las profirieron, negándoles la réplica aclaratoria, en un claro ejemplo de que va eso de la “libertad de prensa”. Y se sientan a la mesa de los poderosos que los alimentan, para sentirse parte de lo que nunca serán.

Eso son los “imparciales” constructores de la mentira organizada, de la burla al sentido común, el hálito estentóreo de la oscura sinrazón de un Poder Real que reparte sus prebendas entre ellos, para profundizar cada día su dominio y acabar con cualquier pensamiento opositor a sus intereses.

Al menos, permitámonos la noble prevención de la sospecha, el sencillo recurso de la mirada alternativa, el simple modo de pensar por nosotros mismos, escuchando antes al lógico llamado de la coherencia y la razón, las víctimas iniciáticas de los ataques del horror informativo.

 

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