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lunes, 28 de febrero de 2022

LA HISTORIA NOS DEMANDA CONOCERLA

Por Roberto Marra

Los sucesos derivados del conflicto entre Rusia y Ucrania, son analizados, las más de las veces, con escaso o nulo conocimiento histórico. O, en el mejor de los casos, con la falta de uno de los “ingredientes” que hacen de fundamento esencial al proceso que culmina ahora en una guerra. Y esa base elemental para comprender la situación desatada, es el origen de Rusia como tal. Es en ese territorio hoy denominado Ucrania donde comienza la historia de esa nación luego extendida hasta los confines de Asia. Era la “Rus de Kiev” aquella base de donde se derivó lo que ahora conocemos abarcando tan vastos territorios euroasiáticos.

De ello se desprende que, con el agregado de tanta historia pasada debajo del puente de los siglos, la relación entre ambas naciones tenga un nexo imposible de soslayar, a la hora de pretender establecer razones de los hechos que ahora se padecen. Son eslabones culturales los que forjaron esa cadena que artificiosamente se cortó para conformar un estado ajeno. Fueron miserias e intereses mezquinos los que escindieron esas tierras y convocaron al odio entre semejantes por origen y por trascendencia histórica. Fueron traiciones internas, líderes ineptos e intromisiones de los gendarmes mundiales que salieron gananciosos del final de la llamada “guerra fría”, los que determinaron el alejamiento del destino común de estos estados que podrían haber convivido aliados para un virtuoso desarrollo económico y social.

Aquí estamos ahora, ante una hecatombe previsible y evitable, enunciando miles de conjeturas banales o complejas elaboraciones semánticas, pero todas destinadas a combatir al “agresor ruso” con fuertes epítetos que, merecidos o nó, se convierten en simples adhesiones a los intereses de los enemigos de esa Nación eslava que “debe” ser destruída, según la particular manera “democrática” de ver la realidad por parte de EEUU y la Europa sumisa. El mismo modo “demócrata” que instaló en el gobierno de Kiev, mediante un golpe de estado financiado por los mismos actores internacionales, a un payaso (literalmente), para lanzar una ofensiva violentamente dialéctica contra el gobierno ruso y, genocidio mediante, tratar de sacarse de encima a los ucranianos que no lo admitían.

Desde lejos, todos se sienten capaces de interpretar la historia, la mayoría de las veces, sin conocerla. Comparaciones y traslados de situaciones de complejidades casi infinitas, son moneda corriente entre quienes se atreven a hablar sobre el tema. El problema de Crimea, por ejemplo, esa península de una historia compleja como pocas, territorio disputado desde hace mucho entre Ucrania y Rusia, atravesada por una enorme cantidad de situaciones por las que debieron pasar generaciones tras generaciones, se presta para pretender establecer responsabilidades y/o culpas de unos u otros partícipes. Se infieren similitudes que no terminan de consolidarse en certezas, por la realidad histórica que rodea semejante conflicto milenario.

La paz se ha convertido en un slogan, más que en objetivo sincero de quienes la nombran a cada minuto. En su nombre (y en el de “la democracia”) se han invadido naciones, se han destruído ciudades, se han masacrado pueblos enteros, se han producido genocidios encubiertos por el “peligro del terrorismo”. Los ejecutores de tamañas e injustas vejaciones a la humanidad, son los paladines del llamado al fin de la ocupación rusa en Ucrania. Los ocupantes de Siria, de Irak, de Libia, de Afganistán (ahora abandonada a su suerte), son los que lideran, hipócritamente, la aplicación de sanciones contra la Rusia de sus desvelos ocupacionistas.

La cultura yanqui, penetrando por los poros de la desculturización de los demás países, cala en las conciencias avasalladas de los habitantes obnubilados por la publicidad encubierta detras de filmes, series y hasta de documentales amañadas. En esa “balacera” destructora de la verdad, se montan gobiernos y líderes de opinión locales, subyugados por esa “gran nación del norte”, para intentar jugar en las “grandes ligas” de la moralidad imperialista. Sin el menor conocimiento o, lo que es peor, conociendo pero ocultando, hacen trizas la realidad para sentirse parte sin serlo. Comparando historias con estrechez visionaria, termina alineados con los enemigos de la Patria que dicen representar o sentir.

El pasado no debiera ser materia ajustable a los intereses de nadie. Pero lo es, por la fuerza de lo que se comunica para la materialización de los hechos ajustados a la conveniencia de los poderosos. Llamar a la paz es un deber humano, pero no puede convertirse en método de alimentar a los que se erigen en dueños del Mundo. Pacificar la región ahora convertida en un polvorín planetario, es una necesidad imperiosa, pero nunca una prioridad imperial. En nombre de tal pacificación sostienen gobiernos títeres, les venden armas y amenazan con sanciones infinitas. Bajo el paraguas de una ONU convertida en un sello sin más influencia que la de algún discurso llamativo, llaman a refrendar sus rusofobias, claman por odios planetarios hacia su enemigo de siempre y su otro enemigo de hoy, la China de sus desvelos financieros y económicos.

Caer en sus garras ensangrentadas por siglos de invasiones a nuestros propios países, de asesinatos y genocidios, de dictaduras sostenidas para convertirnos en sus siervos eternos, es aceptar la decadencia final, sumirnos en la miseria cultural y aplastar la historia que nos engendró para ser soberanos.

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