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jueves, 1 de abril de 2021

LAS DOS PANDEMIAS

Imagen de "POPLab"
Por Roberto Marra

A pesar de lo que diga la prensa, aun teniendo en cuenta lo real de los padecimientos y la tragedia de las muertes cotidianas, no es el coronavirus el generador de la mayor pandemia padecida por la humanidad hasta ahora. El Mundo se ha visto atravesado por esta eventualidad virósica, y sus resultados promueven a pensar que nada supera a las consecuencias de la existencia de semejante agente generador de la enfermedad bautizada Covid-19. Pero, aunque pueda parecer atrevido, sí existe una pandemia peor, mucho más larga y profundamente más destructiva que la que padecemos directamente en nuestros cuerpos por la penetración de esos “pobres virus”, al decir de Carrillo.

Se trata del neoliberalismo, esta “mutación” de un capitalismo que, periódicamante, encuentra la manera de reproducirse, siempre con un mayor grado de daño para la sociedad en cada una de sus manifestaciones. Hay que decir que se trata de un “virus de diseño”, creado en los “laboratorios del Poder”, con la malsana intención de profundizar la concentración de las riquezas y penetrar en las estructuras de los Estados, mediante “variantes” que se adaptan a las características de cada Nación y sus sociedades.

Para lograrlo, se valen de agentes especialmente elegidos por sus características amorales, despóticas y despreciativas de sus congéneres, pero que cuentan con un espeso recubrimiento de lo que resulta ser el principal reproductor de sus falacias generadoras de la cultura del individualismo egoista y el odio sistemático: los medios de comunicación. Allí se reproducen a sus anchas estos “patógenos” de la desigualdad degradante, emeitiendo sus consignas envenenadas, estableciendo paradigmas endiosados y sometiendo a millones de personas a creencias fatales para sus destinos.

Se podria colegir que, en Argentina, la primera manifestación de esta “mutación” capitalista la implantó el mal recordado Martinez de Hoz y sus acompañantes de uniformes y picanas, con una crueldad que ha dejado una huella de horror nunca superada del todo. Esa memoria, sin embargo, no fue capaz de impedir la regeneración, a través de una mutación pseudo-democrática, traída por la traición de un individuo de amplias patillas, cuyas virósicas condiciones neoliberales se cultivaron, paradójicamente, en el seno del Movimiento político popular por excelencia de nuestro País.

Con esa condición, logró pemetar con mayor fluidez en el ámbito donde estos “virus” mejor se desarrollan: la conciencia. Allí se instalan una serie de falsas verdades, que aniquilan la realidad a base de consignas embrutecedoras que adormecen la capacidad de raciocinio y rebeldía ante los padecimientos producidos. Concluída la temporada del patilludo en cuestión, se produjo una extraña “variante” que lo sucedió en la elaboración de los daños sociales que tanto gozan sus creadores. Fue una breve pero profundamente destructiva etapa, donde la condición del principal agente del mal fue tan errática como incoherente, culminando en el caos que podía preverse y la violencia que intentó contener la reacción de los “antígenos” populares.

Después de un breve interregno de acomodación económica, hizo su aparición una inesperada “vacuna” contra tamaño poder viral. Durante poco más de doce años, sus líderes lograron dar pelea contra este espantoso mal, pero la acción mancomunada de los generadores mundiales del neoliberalismo, sus adláteres locales y la mediática canalla, hicieron lo que parecía imposible: el regreso a la “infección”, esta vez por decisión de los propios “infectados”.

De la mano de una nueva “mutación”, denominada Macrismo, supo influir en una mayoría idiotizada a fuerza de consignas ridículas pero efectivas, con lo cual dió comienzo a una nueva etapa destructiva, esta vez con mayor virulencia que las anteriores y mayor velocidad de reproducción de sus efectos letales. A su vez, dio lugar a otras “cepas”, tanto o más dañosas, como la variante “Heidi”, la mutación “Pelado” o la cepa “Pato” (nunca tan lógica la denominación de cepa, por su adscripción al etílico placer vitivinícola). Tanto éstas, como una extraña evolución en permanente conversión, denominada “Lilita”, continúan, aún después de aplicárseles el tratamiento electoral que los alejó del poder político (pero no del Real), inoculando su ponzoña diaria para impedir la recuperación de esta enferma en terapia intensiva llamada Argentina.

Hace falta una vacuna nacional y popular para acabar definitivamente con semejante tragedia social. Es imprescindible terminar con la apabullante pobreza y la denigrante miseria a la que se somete a una población que no logra desprenderse de las influencias de estas bestias genocidas escondidas tras discursos meritocráticos y devaneos judiciales. Le toca a esta generación enfrentar el doble padecimiento de una pandemia real y otra solapada al mismo tiempo. No queda otro camino que enterrar el cuchillo de la unidad bien a fondo en la carne de la infamia oligárquica y el coloniaje mental, cultivar una nueva “cepa” de aquel “subsuelo de la Patria”, que atraviese las mentiras y los miedos, hasta que no quede una sola célula de sus perversiones y renazca la vieja pero noble esperanza de la soberanía popular y la justica social.

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