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martes, 30 de marzo de 2021

DESCONFIAR, ES LA TAREA

Por Roberto Marra

Tenemos que lograr la confianza de los mercados”. Esta frase pertenece al “decálogo” de la propaganda neoliberal, una exigencia solapada sobre los gobiernos en sus disputas con el denominado “establishment”, para imponer un determinado programa económico, o en las sempiternas discusiones con el FMI. Con ella, el mandato fundamental requerido por los dueños del Poder, emprende el camino de la sumisión a la que necesitan arrastrar a los representantes del Pueblo, sin importar lo que hayan prometido antes de ser electos.

Según esta expresión, tan promocionada desde los medios que divulgan sólo la palabra del hegemón económico-financiero, todo se trataría de ”tener fe” en esa entelequia discursiva para obtener el “éxito” económico. “Éxito” que consta, siempre, de pingües ganancias para las corporaciones que conforman el espectro dominante en la distribución de las riquezas de cada nación, y de padecimientos permanentes para quienes la generan de verdad.

Los mercados” son, de por sí, ya toda una invención semántica que intenta (y lo logra) determinar la existencia de un estrato superior, donde se debe decidir todo. Y todo, es todo. Cada porción de las riquezas materiales debe tamizarse por lo que estos supuestos supra-valores establecidos (vaya a saberse por quienes) requieren. Cada proyecto de desarrollo debe contar con la anuencia de esos “mercados”. Es el paso “imprescindible” para alcanzar esos supuestos “acuerdos” con los organismos de créditos internacionales. Son la pared donde rebotan los deseperados pedidos de aumentos salariales o las mejoras en las jubilaciones.

La denigración del sistema político en el que sobrevivimos, denominado democrático porque optamos cada determinado tiempo por unos u otros candidatos, termina siendo el soporte institucional para el desarrollo de lo que ellos (“los mercados”) necesitan. Y no es que no existan auténticos representantes populares ni buenas intenciones de ellos o ellas, sino que se los somete a extorsiones y amenazas permanentes, tan repugnantes como efectivas. Al menos, en la mayoría de los casos.

No existen, para estos poderosos y su entelequia mercantil, nada que no puedan obtener con sus intensas guerras psicológicas. Forma parte de la cultura impuesta desde lo mediático, pero también desde la educación, donde se forman economistas atravesados por esa desviación de lo real con el fin de mantener el statu quo por siempre. Nacidos al calor de semejantes manipulaciones pseudo-científicas, miles de nuevas camadas de profesionales son lanzadas al ruedo de la obligatoria rendición ante ese “dios” del dinero mal habido, un monstruo de cabeza invisible y de largos brazos financieros, siempre al servicio de la destrucción productiva y social.

Confianza” resulta ser abdicar de cualquier pretensión nacionalista. Es someterse a los intereses de grupos económicos transnacionales para decidir el destino de tal o cual paradigma de desarrollo. Es trabajar con la cabeza aplastada contra el piso de la obsecuencia. Es naturalizar el dominio inmoral de la naturaleza por esos pocos, para degradarla hasta su desaparición. Es oprimir a los más débiles con la pobreza y la miseria, hasta extraerles hasta la última gota de sudor en nombre de futuros venturosos que nunca conocerán.

Desconfiar de quienes piden alcanzar esa paradigmática “confianza en los mercados”, es la tarea a la que nos obliga la historia. Es la enseñanza de los buenos tiempos populares y de los leales líderes perseguidos por intentar desviarse de esos senderos del horror mercantilista. Recelar de tanto “especialista” barruntador de frases preparadas en los tanques de pensamiento del imperio, será la sana medida de nuestras capacidades de resiliencia, para volver a retomar los caminos del desarrollo, sin tutelas de gurúes amorales ni farandulescos personajes mediáticos, tan corruptos e inhumanos como sus pretensiones de sabios sin neuronas.

 

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