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sábado, 26 de diciembre de 2020

DE DIRIGENTES Y DIRIGIDOS

Por Roberto Marra

Militar en una organización política o social, es un acto básicamente solidario. La inmensa mayoría de quienes participan de esas actividades, lo hacen con la voluntad y la conciencia de formar parte de un conglomerado de personas que buscan el bien material y espiritual de la sociedad en su conjunto. Son hombres y mujeres que dejan parte de sus propias vidas de lado para brindar ese tiempo al otro, sea o nó parte de la organización en la que se milita. Aguantando denostaciones periodísticas, soportando desprecios de parte de esa sociedad atrapada en los relatos del Poder, arrastrando los estigmas que intentan destruir las influencias de sus líderes, aún así trabajan con denuedo, en la mayoría de los casos, por concretar objetivos tan nobles como necesarios.

Las organizaciones políticas populares son el campo donde se siembran estos imprescindibles de nombres desconocidos, haciendo labores pocas veces valoradas por la sociedad en general y, peor todavía, por los muchos dirigentes de esas organizaciones. Cuando mucho, se los menciona como parte del sistema que alimenta y sostiene la “maquinaria” partidaria o movimientista, con alabanzas genéricas que intentan contenerlos como masa, antes que como individuos que forman parte de un colectivo imposible de desarrollar sin su activa participación y protagonismo.

Algunos de quienes, por impulso de sus características personales, de sus improntas dirigenciales, de sus carismas individuales, acceden a los cargos de conducción, suelen olvidar rápidamente sus pasados de luchas en el llano, repitiendo taras que dan continuidad a las postergaciones de tantos capaces de las filas militantes, navegantes sin destino en el mar de las injusticias partidarias, prolíficos autores de ideas renovadoras y actitudes valerosas que pasan a mejor vida antes siquiera de ver la luz de la comprensión de los dirigentes.

La comodidad de los cargos políticos suele obnubilar las mentes de quienes se convierten en funcionarios, arrastrando las mismas inequidades que, hasta antes de acceder a ellos, combatían. Con las disculpas de las obligaciones y responsabilidades que asumen, dejan de lado sus relaciones directas con los compañeros de tantas batallas, para convertirse en apoltronados dirigentes de elevados rangos y escasas comunicaciones hacia las bases de la pirámide del movimiento que los sostienen. Peor aún resultan las actitudes de quienes asumen cargos intermedios, que se convierten en verdaderos “diques de contención” para evitar el contacto de los militantes con aquellos de quienes pretenden “heredar” sus cargos.

Olvidar el orígen suele dar paso al extravío de los objetivos. Relegar los contactos con los que viven el día a día de la militancia, con los que intentan convertir las dudas en certezas, con los que trabajan en la noble “relación de dependencia” con las impostergables necesidades sociales, alteran el decurso de los programas que dieron pié a la conformación de la organización política en cuestión. Por fin, se termina por ignorar tantas prolíficas acciones militantes, sólo por conservar el “puesto” que permiten esos dudosos privilegios individuales, transformando todo en una caricatura de aquello que fuera la razón de las luchas que permitieron sus accesos a sitios de determinado poder de decisión.

Tanta incomunicación termina por hacer mella en la voluntad de muchos, que terminan abandonando sus puestos de lucha y dejando el espacio liberado al enemigo del Pueblo, que lo sabrá ocupar con sus métodos prebendarios, siempre innobles y degradantes de la política como el mejor método para alcanzar los logros demandados por la sociedad. Al envilecimiento de la política le seguirá el de la moral, esa última reserva de autenticidad ideológica que pudiera generar la reflexión imprescindible para retornar a los procesos virtuosos de la actividad militante y su relación con la dirigencia.

Servido en bandeja, el enemigo del Pueblo sabe que tal sistema de incomunicación en los movimientos populares le es muy beneficioso. Comprendiendo la importancia central de la construcción de un relato que sirva a sus intereses, ellos sí que desarrollan, gracias a sus poderíos económicos, la comunicación con toda la sociedad, que vive atrapada en sus redes mediáticas y copia sus discursos antipolíticos, para hundir en el olvido lo que fuera la virtuosidad de la militancia perdida.

El camino para la recuperación de las relaciones sinceras entre conductores y conducidos debe volver a recorrerse, y con urgencia. Escuchar a los dirigidos es, por estos tiempos, un acto casi revolucionario. Atender, observar y recoger las experiencias y sabidurías de quienes hacen vida en los movimientos populares, brindar la oportunidad del ascenso en la cadena de responsabilidades dirigenciales a los valiosos cuadros hasta ahora postergados, será la manera de iniciar una renovación auténtica y decidida para generar un proceso donde el protagonismo colectivo postergue al individualismo acérrimo y miserable. Pero será difícil que tal cosa se dé por voluntad exclusiva de los dirigentes, sino media el empuje decidido de las bases, sino sale a la luz el protagonismo inherente al propósito sublime de la Justicia Social y se suprime la obsecuencia hacia quienes privilegian el parecer, antes que ser.

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