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miércoles, 1 de julio de 2020

LA ENTELEQUIA DEL SUPREMACISMO

Imagen de "Life and Style"
Por Roberto Marra
El supremacismo forma parte indisoluble de quienes participan como “ganadores” en el reparto perverso de las riquezas generadas por los pueblos. Reparto que se hace en base a reglas establecidas por los propios vencedores de esta contienda, desigual por donde se la mire, lo que les asegura el sometimiento de millones de habitantes del Planeta a sus desatinos económicos, financieros, productivos y ambientales. Es la esencia desde la que parten todas las injusticias a las que se intenta sobrevivir, en la mayoría de los casos, sufriendo el lento deterioro de las condiciones más elementales de lo humano.
Los detentores del Poder Real y sus “gerentes” en cada nación, no solo esquilman a cada país, a sus territorios y a su gente, sino que se asumen como “superiores” frente a los demás humanos que habitan este Mundo. A través de eso que se denomina (fantasiosamente) como “la gran prensa”, que de grande solo tiene sus alcances e influencias sobre sus obligados seguidores, logran establecer sus criterios irracionales como los únicos válidos para el análisis de la realidad. Realidad que construyen con una enorme parafernalia de falsedades elaboradas por especialistas de la mentira, reunidos en sus “focus group”, y que emiten esos sucios “profetas” del odio que se dicen periodistas.
Como el manejo de la vida ajena les es tan propio de sus modos de dominación, también aparecen los métodos coercitivos para obligar a la población y a sus gobiernos, a seguir la ruta por ellos trazada de antemano, que transita siempre por los perniciosos desfiladeros de destinos mortales para los pueblos, pero exhorbitantemente productivos para sus arcas sanguinolentas. Por las buenas o por las malas, sus decisiones serán inobjetables y permanentes, al menos para sus supremacistas mentalidades de propietarios de casi todo.
También espiarnos forma parte indispensable de su herramental de perversidades, donde el delito cambia de categoría y se convierte, por ser cometido por ellos, en “virtuoso” método de contención de las lógicas rebeldías que generan sus actos degradatorios de la vida de los pueblos. No resultan extrañas sus relaciones promiscuas con la “soldadesca” de los poderes judiciales, “juececillos” de escasas pretensiones justicieras y ambiciosos proyectos de encumbramiento social. Menos raro parecen sus devaneos con politiqueros de bajísima popularidad pero enormes cuentas bancarias, los cuales les sirven para contener a una notable cantidad de idiotizados por el aparato mediático que mantienen como su principal artillería contra la sublevación de las mentes, aún de las más capaces.
En ese engendro imperial denominado (grandilocuentemente) como “el gran país del norte”, el supremacismo adquiere ribetes escandalosos por la violencia que se ejerce directamente sobre aquellos seres que los “ganadores” han determinado como “inferiores”. La negritud de la piel es la disculpa, como lo es cualquier cosa que no contenga los elementos básicos de su pretendida superioridad. Palos y balas son la simple respuesta a las demandas más elementales de los sometidos desde los inicios de la conformación de ese estado anti-humano, levantado a fuerza de robos de territorios ajenos y espúrios manejos de las relaciones internacionales.
No le va en zaga la autoproclamada “cuna de la civilización”, la Europa del engreimiento falsificado por historias mal contadas para asegurar otra superioridad, ahora bastante maltrecha por su estúpido seguidismo al imperio yanqui. También desde allí emergen actos reñidos con la moral en las relaciones con nuestros países del sur. También ellos y sus gobiernos paquidérmicos continúan la sucia tarea destructiva de cuanta posibilidad rebelde de los pueblos intente asomar a la realidad del sometimiento histórico.
Por supuesto, los gobiernos que pretendan generar una alternativa diferente, sin importar la profundidad de sus pretensiones de cambiar la sociedad para mutarla por una donde rija la justicia más elemental, donde cada hombre y mujer valga solo por serlo, será de inmediato atacado de mil maneras, será el blanco (paradoja, si las hay) de sus ataques furibundos para impedir que sus pueblos se asomen a la dignidad que les corresponde.
Por allí caminan los desmanes provocados por sus opresivas “sanciones”, erigidos ya en gendarmes del Planeta, en policías mundiales que pretenden decirnos a cada habitante de los países que ellos consideran “de segunda”, qué y cómo hacer para convertirnos en “naciones serias”. “Seriedad” que se convierte en un falso paradigma asumido, incluso, por dirigentes de honestas pretensiones, pero equivocados conceptos de las relaciones de poder a las que nos vemos sometidos, y a las que terminan sojuzgados.
Arrastrando a miles de millones de seres humanos a la falsa creencia de la imposibilidad de vivir con dignidad, si no es a costa de otros seres humanos, han logrado la adhesión de sus víctimas a sus procederes, para hacerlos parte de los ejércitos de destructores de sus propias vidas. Pero la condición humana tiene dentro de sí, una semilla de honores no manchados que lo impulsa, aunque a veces ni lo entienda del todo, a la liberación de sus ideas, al vuelo de la imaginación de una vida sin esos enajenados y engreídos falsos vencedores. Esa será la raíz imprescindible de donde asirse para modificar esta sucia y cruel realidad, para cambiarlo todo, para despertar de esta pesadilla de siglos. Para crear, soberanamente, naciones y pueblos solidarios, donde la supremacía solo sea la de la justicia social.

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