Imegen de "YouTube" |
Por
Roberto Marra
Se
ha dicho hasta el cansancio que la dominación cultural es la más
efectiva arma que poseen los poderosos dueños del Mundo. Fruto del
accionar de quienes ejercen el dominio planetario por ese medio,
además de presionar por otros determinantes métodos de
sojuzgamiento, se ha logrado convertir a una mayoría notable de
habitantes de nuestros países en una especie de “mascarada”,
multiplicando exponencialmente el nivel de estupidización necesaria
para el uso de esos habitantes como una “infantería” de
atontados, prestos a colaborar con el ahínco propio de los que nada
y a nadie escuchan ni ven, salvo a sus “amados” paradigmas
imperiales.
El
idioma, base fundamental para el reconocimiento de una identidad
nacional, incluso regional, es la puerta primigenia por donde la
penetración desculturizadora ha ganado el espacio necesario en el
territorio del imaginario de los pueblos, como para convertir
tradiciones y palabras propias en objetos de burlas y desprecios. El
reemplazo de términos del lenguaje de nuestras tierras, sobrevenido
también desde una colonización, pero re-adaptado a costumbres e
idiosincracias nacidas desde la simbiosis mestiza que nos conforma,
ha sido arrasado por términos impuestos por el imperio dominante de
nuestra época.
Las
personas pertenecientes a la denominada “clase media”, empeñosa
buscadora de diferencias forzadas con el “pobrerío” que les
recuerda sus verdaderos orígenes, es la primera en adoptar el habla
de los enemigos de la humanidad, gracias a una enorme propaganda
destinada a trazar una raya que separe a los que “pertenecen”, de
los que nó. “Pertenecer tiene sus privilegios”, rezaba una vieja
publicidad de una tarjeta de crédito que exponía, blanco sobre
negro, los objetivos del Poder y sus sirvientes en cada nación.
Como
un reguero de pólvora, el lenguaje ha encendido pasiones imbéciles
y naturalizado denominaciones estúpidas para lo que siempre se había
conocido, naturalmente, con palabras de nuestro idioma. El
“periodismo”, el berreta, el despreciativo de la realidad, el
transmisor de falsas noticias para servir a los intereses de sus
patrones ideológicos y monetarios, es el motor “natural” de
semejante desvío de la identidad nacional. Su prédica, cansadora
exposición de lugares comunes y reiteraciones inútiles, se ha visto
adornada cada vez más con esas expresiones anglosajonas que
parecieran subyugarlos, haciendo papilla la herencia idiomática
propia y denigrando la construcción de la cultura que la contiene.
Los
ejemplos de palabras que sustituyen a las del castellano que
mayoritariamente hablamos en esta región del Planeta, son tan
numerosas como conocidas. Desde pedir disculpas con un “sorry”,
antes que con la simple “perdón”; hablar de “fake news”,
antes que de falsas noticias; invitarnos a un “breakfast”, antes
que a desayunar; hacer un “check in”, en vez de un registro; todo
está dirigido, subrepticiamente, a inducirnos a la adopción de otra
cultura.
La
música que transmiten la mayoría absoluta de la emisoras radiales
son, en su casi totalidad, en idioma inglés, dejando como un pequeño
favor que nos hacen, la emisión de alguna canción en nuestro
idioma. La caracterización de autores, compositores e intérpretes
nacionales como artistas “de relleno”, como “teloneros” de
los popes de prestigio internacional que nos visitan, sirve para,
además de llevarse una suculenta recaudación, motivarnos a
despreciar lo propio y amar lo ajeno.
En
estos últimos tiempos de encierros obligatorios, de imprescindibles
actos solidarios de unos con otros, se refuerzan, desde el poderoso
espectro mediático dominante, las expresiones degradantes de nuestro
idioma, como una nueva manera de profundizar odios y rencores
clasistas que nos impulsen a resaltar diferencias con nuestros
vecinos de dramas cotidianos. Es así que, de pronto, quienes corren
por las calles y parques del pretendido “centro del universo
nacional” (CABA), desesperados por exhibir sus contradicciones con
el gobierno popular vigente, ahora son “runners”. Estos
corredores de poca monta, exhibicionistas de zapatillas de grandes
marcas y muestrario gratis de la estupidez suprema de desconocer la
existencia de la pandémica realidad viral, son la palmaria visión
de lo que busca el Poder Real: la construcción de una sociedad
atontada y despreciativa de la realidad, sujeta a la verbalización
que ellos imponen para que los energúmenos sientan el “placer”
de ser lo que nunca serán.
Al
final, el ciclo de la desculturización culmina por imponerse,
acelerando la degradación moral de la población, convertida en
carne de cañón de los intereses imperiales, en cerebros vacíos de
contenidos autóctonos, en masa informe destinada al fracaso como
Nación, lanzada al abismo de la deslegitimación de su historia,
borrando las conexiones con un pasado que nos hacía, aún con sus
imperfecciones, parte de una Patria.
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