Imagen de "Arbara" |
Por
Roberto Marra
Como
si de pronto se hubiera descubierto la importancia de los afectos
para la vida, centenares de energúmenos se amontonan en lugares
públicos, decenas se reúnen para comer y brindar, otros tantos se
han dado cuenta de la importancia de la actividad física y salen a
correr como perseguidos por el demonio (populista), todo para,
concluída la jornada, descubrir que miles de ellos ya forman parte
de las estadísticas “coronavirósicas”. Así concluyen estos
cotidianos dramas socio-sanitarios desatados por la fuerza impelente
de los medios, que se desesperan por terminar con esta nueva
experiencia popular, aprovechando perversamente las muertes y la
debacle económica. Explotando, también, las reyertas verbales entre
sectores afines al gobierno, que demandan acciones que expresen cada
uno de sus pensamientos sobre cada uno de los frentes abiertos en
medio de semejante aquellarre sanitario.
Pretender
unidad absoluta de criterios sería pueril y hasta contraproducente.
Elegir la disolución inmediata de un frente de las características
reconstructoras del tejido económico, social, productivo y cultural
que demanda la hora, puede constituirse en el puntapié inicial del
abandono de la idea misma de Patria que, seguramente todos quienes
con lógica pasión, discuten medidas y posturas, poseen como el
capital iniciático de esta nueva “aventura” en busca de una
escurridiza y destruída justicia social basada en la soberanía
política e independencia económica que siguen, todavía, en deuda.
Aunque
la lealtad suele (a veces) confundirse con la genuflexión, debiera
ser la base de cada discusión, de cada manifestación de dudas o
divergencias, de cada protesta por actos gubernamentales que se crean
desviados de lo que constituyó el pacto primigenio que originara
esta hipersensible unidad. Lealtad que tiene, como una gran autopista
hacia la nueva Nación soñada, un ida y vuelta que es necesario
cuidar que se mantenga siempre, asegurando el oído atento de ambos
lados para comprender cabalmente lo que cada uno exprese.
El
punto esencial es la comunicación. La que se da hacia toda la
ciudadanía, está profundamente atravesada por la hegemonía
cartelizada de las corporaciones mediáticas dominantes desde hace
demasiado tiempo, sin que se les haya puesto en frente rivales de
similares dimensiones y opuestos orígenes ideológicos. El Estado,
esa imprescindible herramienta administrativa de la sociedad que lo
conforma, sigue necesitando voces que le hagan escuchar sentidos
distintos a los emergentes de los desaforados mensajes de los
“mentimedios” que forman conciencias retorcidas, que desconocen
la realidad aunque ésta signifique sus propias muertes, como es el
caso de la pandemia.
El
aprovechamiento de las pugnas entre militantes y líderes, forma
parte del “manual” de los medios hegemónicos y sus patrones
ideológicos. La exaltación de las divergencias y la anulación de
los entendimientos son la base de las cuales se valen para minar los
procesos complejos que demandan las unidades entre tan diversos modos
de comprender la realidad. Anular el racional método de escucharse
entre esas corrientes para intentar no perder la nueva oportunidad,
es el obejtivo principal. Separar las figuras principales que dieron
orígen a este nuevo intento de redención popular, forma parte del
arsenal que atomice a la sociedad definitivamente y haga imposible el
regreso en caso de una derrota en esta batalla por la razón.
Como
siempre, a mayor nivel de responsabilidad de conducción, le
corresponde una más alta obligación de escuchar a la parte de la
sociedad que le colocó en ese lugar de privilegio para gestionar la
construcción de una nueva Nación. También un mayor respeto hacia
quienes dejan sus vidas para empujar el carro hacia la escurridiza
victoria que nunca termina de concretarse. Además, una mejor
diferenciación de los interlocutores, a quienes no se les puede
catalogar solo con base en la capacidad de manejo discrecional de
poderíos económicos, sino en el justo término de la importancia
que posean para el desarrollo virtuoso que se pretenda.
Ese
desarrollo, cuando de gobierno popular se habla, no puede ser otro
que el que coloque la preminencia de los valores doctrinarios que
aseguren el dominio del Pueblo por sobre las corporaciones. Un
dominio que debe ser interpretado como la manifestación concreta del
ideario de justicia social que todos los hombres y mujeres de bien
tienen como sus banderas fundamentales, aunque a veces terminen
arrastrados por la corriente maligna de los poderosos y sus voces
denigrantes de lo humano.
Escuchar
pareciera ser el acto más revolucionario del momento. Pero para ser
capaces de percibir el tenue pero persistente sonido libertario que
cada palabra popular contiene. Para concebir un nuevo método de
comunicación racional y sensible a las pasiones, una configuración
indispensable para conjurar el peligro del regreso del neoliberalismo
y sus perfidias. Escucharse resulta ahora más importante que gritar
los enojos (razonables o nó). Desentrañar con respuestas honestas y
militancia de la verdad los hechos tergiversados por el enemigo, son
la base imprescindible para convencer a las mayorías de que este
nuevo camino conduce al horizonte deseado. Comprender las razones de
las diferencias, es la razón misma de la constitución de un proceso
unitario como el emprendido. Asegurar que las voces exaltadas sean
apaciguadas con el entendimiento de sus orígenes, demostrará que
los conductores tienen la imprescindible sensibilidad popular como
para ser quienes son y hacer su tarea con las conciencias liberadas
de las presiones del Poder Real. Esa es la demanda popular, ese es el
destino ilusionante y esa es la forma que adopta, hoy en día, la
reconstrucción de la Patria.
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