Imagen de "El Litoral" |
Por
Roberto Marra
Mientras
crece la preocupación por la pandemia en curso y su famosa “curva”
ascendente, mientras la desesperación de los “runners” les hace
salir a correr por las plazas y parques como si estuvieran en
preparación para los próximos juegos olímpicos, mientras
politiqueros en decadencia y “periodistuchos” sin prestigio
profesional (y menos moral) continúan sus ridículas acusaciones de
todo lo que suceda, al “kirchnerismo”, hay un sector de la
sociedad, muy pequeño, casi ínfimo en el número de sus
integrantes, pero enorme en sus influencias para la toma de
decisiones de políticas económicas, que sigue acumulando fortunas y
poder sin que nada ni nadie parezca que les afecte.
Las
revistas que promocionan las andanzas de estos poderosos y sus
familias, dan cuenta de los lujos y placeres que nos refriegan en
nuestras caras, como clara expresión de sus perversiones. En esos
pasquines de poca vergüenza y grandilocuentes fotografías
impúdicas, el mediopelo argentino ve reflejada su pasión por
alcanzar esos imposibles “status”, mientras lidian con el pago,
cada vez más inalcanzables, de cuotas de ”colegios” privados,
autos importados, barrios cerrados y otras yerbas similares.
Los
“señores” y “señoras” de la alcurnia repugnante y la
soberbia esquizoide, no se dan por enterados de los martirios de
quienes ellos envían al cadalso diario del sacrificio vano para el
goce de estos pocos malvivientes con ínfulas de superioridades
adquiridas siempre por el pago de cómodas prebendas a “sus”
jueces, “sus” fiscales y “sus” legisladores. Esa es la
infantería de corruptos funcionarios que alientan y construyen leyes
y poderes para seguir transitando el oscuro rumbo al abismo nacional,
sabedores que sus “patrones” monetarios nunca caerán, jamás
padecerán las consecuencias de todas y cada una de las fechorías
con formas leguleyas que elaboran con la pasión de los obsecuentes y
la mendacidad de los prisioneros de sus propias brutalidades.
Con
sus poderosas “influencias”, derivadas de los temores que
fabrican para estigmatizar a quienes se atrevan a intentar modificar
un “centímetro” la realidad de sus poderes reales, logran el
beneficio de contar en cada gobierno con algunas sillas al lado de
quienes deben decidir las políticas públicas, a las que cargarán,
lo quieran o nó los gobernantes de turno, con sus “necesidades”,
siempre derivadas de sus profundos egoísmos.
Cuando
han surgido, muy de vez en cuando, figuras políticas de relieves
intelectuales superiores y liderazgos contundentes, hacen un doble
juego de pinzas, tratando de “acoyararse” al nuevo gobierno
popular, para no perder en el reparto de obras públicas (sus
verdaderos objetivos y base fundamental de sus fortunas) y
preparando, por otro lado, la destitución de ese gobierno “molesto”
para sus ambiciones de crecimientos infinitos y poderes absolutos.
Golpes
de Estado, asesinatos, genocidios, hambre y miseria generalizada, son
lo común en cada uno de los estados de Nuestra América. Ahí han
figurado siempre estos ladrones de esfuerzos y almas para financiar
cuanta labor destituyente y destrucción de experiencias populares se
haya querido gestar. Dueños de industrias claves para el desarrollo,
propietarios de los medios de comunicación hegemónicos, seductores
de cuanto imbécil crea posible vivir en una desigualdad opresiva y
decadente, compradores de voluntades tribunalicias que les aseguren
cortes supremas y cohortes de chupamedias en cada ámbito político,
hacen y deshacen a sus antojos (y la del imperio de turno) la
economía y las finanzas, promoviendo deudas que pagan los sometidos
y gozan sus herederos.
Los
orígenes sangrientos de sus fortunas no hacen mella en sus
“espíritus” ambiciosos. Las cabalgatas al desierto que no lo
era, produjo la aparición de una de las peores “pestes” de la
historia nacional: los estancieros. Ellos y sus herederos se
convirtieron en el caldo de cultivo de una sociedad amarrada a
paradigmas obscenos y retardatarios. Los industriales que aparecieron
mucho después, vinieron a completar las paginas de las revistas que
los aluden como “héroes” de las finanzas. Mientras los
obsecuentes, esa raza de malvivientes con pretensiones de gobernanzas
que nunca ejercen de verdad, se quedan con las “propinas” que les
arrojan desde las alturas del Poder Real los engreídos ladrones de
vidas y bienes populares.
La
mesa de la desgracia social está servida. En la cabecera, como
siempre, están ellos, los poderosos. A sus lados, los cómplices
necesarios para mantener sus dominios intactos. Y sobre esa perversa
mesa del asco más profundo, desfilan las platos calientes de la
indignidad y la prebenda. Afuera, detrás de los cristales del
olvido, más allá del cómodo ambiente donde se desparraman caviares
y champañas, les observan quienes jamás tuvieron la oportunidad de
ser humanos, los miserables de todas las miserias, los que nacieron
para sufrir las consecuencias de las riquezas de los ricos.
Tal
vez solo estén mirando. Pero vale la pena soñar que tal vez estén
acumulando fuerzas y consciencia, aprendiendo a conocer a sus
enemigos, para elaborar el final de sus días de oprobio y completar
la tarea imprescindible de construir una nueva vida, acabando con la
estulticia de los obedientes, expropiándoles el poder a los
poderosos y construyendo, al fin, la justicia social en una Patria
soberana.
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