Imagen de "Diferenciador" |
Por
Roberto Marra
Que
una maceta caiga desde un balcón justo sobre la cabeza de un peatón,
es un hecho indudablemente azaroso. Pero que esa maceta estuviera en
peligro de caerse, sin que su dueño lo advirtiera y asegurara para
impedirlo, ya no parece serlo demasiado. Es que todo azar tiene un
correlato de previas acciones que llevan al desencadenamiento del
acto que, aunque no fueran realizadas con el propósito del suceso en
cuestión, lo generaron. De ahí que las casualidades, se dice, no
existen.
Muchos
hombres y mujeres padecientes de semejantes injusticias, terminan no
soportando tanta “casualidad permanente”, por lo que en algún
punto, si existe aún algo parecido a lo que se denomina
“democracia”, logran colocar al frente del gobierno a figuras que
responden más a sus necesidades que los vulgares agentes del Poder
que acostumbran a ocupar esos cargos. Sin embargo, los fabricantes de
“azares” nunca se retiran a sus “cuarteles de invierno”, sino
que arrecian con sus virulencias hacia el nuevo gobernante, si éste
llega a mostrarse alejado de los métodos y objetivos que les son
indispensables para continuar con sus saqueos.
La
denominada “prensa hegemónica”, hoy día convertida en el eje
donde giran todas las elucubraciones destituyentes o, al menos,
retardatarias, proceden a minar el camino de recuperación de
derechos populares que pueda llegar a proponerse. La presión es
elevada a diario para corroer las bases de las intenciones positivas
que se puedan haber planteado, impidiendo el desarrollo virtuoso
hacia otro estadío social, más justo para las personas y dinámico
para la economía en general.
Tanta
capacidad de daño termina por hacerse sentir, originando quedos y
retrocesos que cortan el suministro de confianza de los sectores
ilusionados con una vida de dignidad poco o nunca alcanzada. La razón
de ser de la campañas mediáticas afloran aquí con la fuerza de un
tsunami, llevándose por delante esperanzas y cimientos todavía
débiles para soportar tanta fuerza arrasadora del Poder y sus
ejércitos de mentiras programadas.
Todo
esto es más que conocido por quienes asumen la responsabilidad de
gobernar en nombre de su Pueblo. Saben, mucho antes siquiera de ser
candidatos, que sus actos de gobierno serán obstaculizados,
bombardeados y destruídos, si se les da espacio a sus demandas
incoherentes con las metas de reconstrucción política, económica y
social.
Pero
el viejo y conocido “azar” vuelve a aparecer por ahí,
introduciéndose entre los mismos funcionarios recién llegados
mediante las repetidas figuras de eso que se conoce como
“establishment”, un rejunte de obscenos acaparadores de dinero a
costa de los más débiles de la sociedad a la que esquilman con el
fervor de los genes diabólicos que los sustentan. Vuelven una y otra
vez a soplarle a la oreja del presidente qué y cómo hacer en su
tarea de gobernante. Regresan cada día para impulsarlo hacia el
abismo que antes cavaron con sus “trolls” en las mentes
debilitadas de los que solo odian.
Las
dudas y las debilidades aparecen en todas las personas, pero cuando
lo hacen en los que tienen a su cargo el destino de toda una sociedad
y carga con la esperanza atrasada de millones de votantes, los
resultados pueden llegar a ser catastróficos. E irreversibles, en
algún punto. Para que aquellas no aparezcan o, al menos, no
prosperen en acciones, son los mismos seguros perjudicados quienes
deberán hacerse cargo de sostener, con más fuerza que nunca, al
proceso que se pretenda poner en marcha. Son sólo el Pueblo y sus
organizaciones quienes podrán levantar el imprescindible muro de
contención a toda la inmensa depredación del futuro que una nueva
derrota significaría.
El
enemigo del Pueblo se mueve con rapidez, sagacidad y capacidad
económica inconmensurable. Su infantería mediática ha sido
construída con la precisión necesaria para hacer temblar las
convicciones y fabricar enemigos entre los mismos sojuzgados. Marca
cada minuto de la agenda de los gobernantes, haciéndolo olvidar de
la razón primigenia que lo colocara en ese lugar. Solventa
solapadamente a figuras del periodismo que terminan haciéndole un
flaco favor a quienes dicen defender, convertidos en voceros
(conscientes o inconscientes) de los temas que les resultan
necesarios al Poder para derribar al gobierno popular.
Abajo,
bien abajo, donde el barro ha intentado sublevarse siguiendo las
huellas narrativas del gran Scalabrini Ortiz, puede llegar la
desilusión, el desengaño, el agotamiento espíritual que, conjugado
con el ya sufrido material, desate el abandono y la desidia en la
defensa de su gobierno, al que eligieron para intentar regresar a ese
futuro que alguna vez vivieron sus ascendientes. Ahora es cuando la
mirada profunda sobre estos eternos desarrapados, el oído atento a
sus sufrimientos y la coherencia absoluta con las convicciones que lo
pusieron en ese sitio de honor popular, deberá desatar la palabra
certera que eleve la confianza, el acto justo que desarme a los
poderosos de sus engreimientos insufribles y acabe con el maldito
“azar” de sus regresos eternos.
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