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martes, 21 de enero de 2020

LA BATALLA DE LA COMUNICACIÓN

Imagen de "FISyP"
Por Roberto Marra
Comunicar es un acto muy trascendente para los gobiernos. A través de ese solo acto, pueden ponerse en marcha mecanismos de comprensión o de desconocimiento por parte de la ciudadanía, dependiendo las características que se le dé a esa primordial acción informativa. Notificar al Pueblo de cada una de las actividades, hacerlo con anticipación a la más que probable tergiversación que realizarán los enemigos ideológicos para socavar las bases de la gobernabilidad y minar la unidad entre ese gobierno y sus mandantes, debe formar parte indisoluble de cada movimiento que se genere, para poder enfrentar cada “batalla” mediática que se desatará de seguro por parte de quienes nunca quieren perder sus privilegios.
Sin embargo, la comunicación sigue siendo el lado más débil de cada gobierno popular, el rasgo más descuidado o donde se pone menos acento para su desarrollo virtuoso y expansivo. No es que no haya buena predisposición de quienes conduzcan los medios del Estado, o que la calidad de los contenidos allí desarrollados no posean los atractivos necesarios para ser considerados por la población. Es que la apabullante cantidad de medios que posee el Poder Real, se ha convertido en la principal razón de los avances y retrocesos económicos y sociales, se ha transformado en la base de sustentación o de debilitamiento de las políticas de los gobiernos, cuando éstos son, o demasiado cómplices o demasiado pusilánimes, respectivamente, ante los perversos dueños de esos medios.
Las actitudes timoratas frente a semejante manifestación de poderío comunicacional, no pueden terminar en otra cosa que en la autodestrucción. Los intentos de seducción por parte de los gobiernos, basados en la complacencia de los gustos de esos poderosos, en el uso de lenguajes y modos que a ellos les satisfagan, jamás significarán retroceso alguno en sus posiciones ideológicas y mengua en los ataques hacia las medidas destinadas al progreso inclusivo de la sociedad.
La falta de una buena comunicación, al margen de la que pueda ejercer el propio mandatario en cuestión, es señal de debilidad extrema ante semejante desproporción de volumen mediático. Tener todos los días quienes informen a la población con justeza y precisión cada acción gubernamental, cada movimiento político que se realize, cada opinión que se considere importante transmitir a la ciudadanía para elevar su conocimiento y compresión del proceso en marcha, para que tenga la capacidad de evaluar sus bondades y hacer notar sus errores, debe formar parte indisoluble de un gobierno que se precie de responder al mandato otorgado con tanta esperanza por sus votantes.
Construir un aparato informativo capaz de elevar la voz de los que no la tienen nunca, de hacer conocer lo que se oculta por los medios masivos de desinformación, es primordial para la sanidad del programa que se intente llevar adelante. Brindar un servicio semejante puede poner freno a los abusos del Poder, que se solaza viendo la proliferación de la brutalidad masificada por sus reproductoras de mentiras, que apabullan por sus dimensiones y sus niveles de cinismo e hipocresía.
Hacer realidad tal construcción mediática popular, solo requiere de la voluntad de quienes ejercen los cargos ejecutivos y legislativos, del empeño por asegurar la transmisión de la realidad de forma alternativa, de la decisión consciente de la envergadura de semejante acto de superación cualitativa de la población para transformarla en auténtica ciudadanía, capaz de comprender los actos de gobierno y de cada sector de la sociedad, comparando las vulgaridades de los medios dedicados a socavar los argumentos que les resultan perjudiciales a los poderosos, con los transmitidos por los espacios de comunicación populares creados a instancias de los miles de comunicadores que pueden y saben hacer su trabajo con lealtad a la verdad, por ser parte del Pueblo que los engendra.
El miedo propio alimenta a los enemigos. Temer las tapas de los diarios, las vociferaciones de los energúmenos que se pretenden periodistas, las diatribas de los supuestos analistas doctorados en maldades y oscurantismos, solo provee de savia renovada al ego autoconstruído de los dueños de los “Clarines” y “Naciones” y sus múltiples repetidoras diseminadas por todo el territorio nacional. No hay otra alternativa que contraponer con valentía otras tapas, otras voces, otras imágenes, que reflejen visiones y sentires diversos, verdades escondidas o maniatadas de exprofeso, que acaben con las hegemonías culturales impuestas para la fácil dominación y las transforme, por fin, en alas para la liberación de las conciencias.

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