Imgen de "NODAL" |
Por
Roberto Marra
La
difamación y la mentira son las herramientas más usadas por estos
tiempos para combatir a los pueblos asumidos en gobiernos que se
corresponden con sus intereses mayoritarios. El ultraje permanente,
las patrañas lanzadas al aire mediático como certidumbres
inapelables, forman parte de ese “armamento” que resume el
carácter espurio de cada frase, de cada epíteto, de cada irrespeto
emitido por esa especie sub-humana que se autoasume como propietaria
final de una realidad que nace y muere en sus bocas, imposibilitada
de sobrevivencia real, como no sea a través de la repetición
obscena de los mentimedios, socios inalterables de los auténticos
fabricantes de tantas fábulas antipopulares.
Venezuela
es, hoy en día, el motivo de sus desvelos, el estigma que desean
erradicar del continente, el virus popular que les contamina sus
irrealidades y les aplasta sus pestilentes objetivos de dominación
absoluta. Nada han dejado de hacer para derrotar ese proceso creado
por un Chávez que se les atravesó en el camino de lo que ya
consideraban eternamente suyo.
Peor
aún que los obvios ataques del imperio, que requiere con premura la
derrota del legítimo gobierno venezolano, son los producidos por
quienes se espera una más justa evaluación de la realidad que
plantea la existencia del gobierno de aquella nación. Llevados por
temores a las represalias imperiales, o formados en conceptos falsos
de una democracia hecha jirones por la realidad que aplasta con
miseria a los habitantes que nunca llegan a ciudadanos, esos sectores
empeñados en desconocer la justicia de las realizaciones y las metas
del chavismo, terminan sirviendo a la causa de la muerte cotidiana
de la esperanza en la existencia de otro mundo posible, donde se
puedan construir sociedades basadas en los valores humanos más
trascendentes y sencillos, donde la vida de todos valga lo mismo,
donde la calidad de esas vidas se transforme en objetivo de los
desvelos de los gobiernos y éstos actúen solo en nombre de esos
intereses.
No
es una cuestión sencilla defender a la Venezuela estigmatizada. No
es tampoco hacer de ello solo una retahila de halagos sin sentido, de
no marcar falencias o errores de sus conductores, de no establecer
diferencias con criterios, estilos o modos que pudieran ser
criticados. Pero existe algo superior y urgente que privilegiar, algo
que lleva a decidir en forma terminante el lado en el cual ubicarse
en ese límite que marca la diferencia entre la razón histórica y
el ultraje a la dignidad popular promovido por el imperio.
Por
allí anda ese remedo de pseudo-presidente, autoasumido como tal por
decisión de un gobierno extranjero, recibido como equivalente por
energúmenos de su misma laya, títeres obsecuentes de las
corporaciones que los han colocado en esos lugares de inmerecidos
privilegios, autenticados por pueblos derrotados en sus conciencias,
programadas mediante los sistemas comunicacionales perversos que
reproducen los viejos conceptos goebelianos de las mentiras repetidas
hasta el paroxismo.
Por
ese mismo sendero del desprecio a la verdad y a la historia que nos
une indefectiblemente, caminan los creídos intelectuales de
superioridades que nos demuestran sus niveles de imbecilidad con cada
“nota de opinión”, verdaderos vómitos discursivos banales e
insustentables, desde donde se promueve la caída del “régimen”
de Maduro, de esa extraña “dictadura” electa por su pueblo en
tantas ocasiones.
No
importa lo que se diga en su defensa, porque la sentencia ya ha sido
emitida por los dueños de la verdad mundial, los supremos jueces de
la injusticia establecida desde el Poder Real. No valen las palabras
reflexivas, los conceptos estudiados a través de los hechos
sucedidos, la realidad mostrada con sonidos e imágenes
incontrastables. Todo será motivo de estigmatizaciones y desprecios,
de repugnantes sartas de falsías programadas para vencer a la
“barbarie populista” de la Venezuela libertaria, de mensajes de
insensateces por las redes sociales, convertidas en verdaderas
cloacas por quienes solo ven lo que se les dice que vean, para
satisfacción de sus cerebros calcinados por la “civilización” y
la “democracia” falsificada.
Los
pusilánimes del Planeta continuarán con sus cobardías semánticas
para goce de sus temidos patrones ideológicos del norte. Los
miedosos de represalias imperiales seguirán con sus acciones
indeterminadas, promoviendo “diálogos” basados en la sumisión
del gobierno bolivariano a los dictados de sus enemigos. Pero los
auténticos defensores de la justicia social, de la soberanía
política de los pueblos y de la independencia económica de las
naciones, no pueden ni deben subordinar sus visiones y sus acciones a
esos perversos mensajes destituyentes de la voluntad popular de ese
Pueblo que no se rinde, que resiste con pasión a sabiendas de lo que
le esperaría si ceden en sus propósitos.
De
este lado de la trinchera, del de siempre, del que estuvieron los
primigenios soñadores de Nuestra América libre hace más de
doscientos años, allí nos toca permanecer ahora, hasta convertir en
realidad aquellas esperanzas y bajar el telón de este drama en el
que somos sus actores principales, aún sin saberlo, y cuyo final
depende no ya de la fuerza de un imperio demasiado sobrevalorado,
sino de la unidad consciente de los que nunca bajaron (ni bajarán)
sus banderas de libertad.
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