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Por
Roberto Marra
Cuando
todo está por empezar de nuevo, cuando los vientos políticos rotan
hacia un renacido “pampero social” que refresca la esperanza y
alivia los duros tiempos pasados, cuando la vida se llena de nuevos
bríos, de sensaciones olvidadas en el arcón de lo que se creía
perdido para siempre, entonces llega el momento de pergeñar nuevos
horizontes, de descubrir otros caminos, de rasguñar las piedras del
olvido imperdonable de la razón, solo por subirse a un tren
descarrilado a la salida de la estación, quieto y arrumbado desde
hace cuatro años, amontonando el polvo de la derrota popular como
único destino.
El
soplo de renovación institucional barrió con la altanería, la
soberbia, la estulticia y la sinrazón, poniendo en su lugar a los
representantes del odio oligárquico, acabando con la malicia
guarecida en la Rosada. Se instaló la autenticidad, la palabra
honorable, la reparación de lo abatido. Se abrió la puerta a un
nuevo periodo purificador del alma de esta democracia atada con
alambres oxidados, ceñida a conceptos perimidos, abandonada al
albedrío de los peores incapaces de la historia.
Ahora
viene el trabajo, la labor esforzada de gobernantes y gobernados, la
ciudadanización de la tarea reconstructora de los valores y los
materiales. Se renueva el esfuerzo cotidiano, pero sabiéndose parte
de un colectivo apasionado por lo solidario, ansioso por convertir el
hambre en alegria, la pobreza en dignidad y el desarrollo en mucho
más que palabras de discursos sin metas ciertas.
Nos
empujan las necesidades perentorias, las desesperación de los
abandonados, las deudas oprobiosas e impagables, los apuros
mediáticos de los obscenos fabricantes de años de mentiras. Nos
arroban las madres creadoras de panes inventados, de matecocidos de
yerbas recuperadas, de leches repartidas con la magia del amor
ilimitado por el otro. Nos esperan los obreros de miradas vacías, al
costado de las fábrica abandonadas. Nos aguardan los habitantes de
las villas miserabilizadas, esperando el trabajo que los salve de los
narcos o la muerte asegurada de los represores escondidos detrás de
los cascos y las balas.
No
hay casi tiempo para comenzar la tarea demandada. No sobra nada de
ese bien tan escaso para los humanos, por lo que habrá que
multiplicar las voluntades y los hechos, haciendo milagros día a
día, rasguñando en la tierra adormilada el alimento negado por
quienes todo lo tienen y nada comparten. Habrá que convertir el agua
en vino, la lluvia en espigas y los metales en herramientas de sueños
realizados. Habrá que hacer todo de la nada, sembrando semillas de
trabajos, cosechando madrugadas de soles enrojecidos de vergüenza
ante tanto tesón de un Pueblo empoderado como nunca.
Renacerá
allí, con la conmovedora razón que lograra encontrar el camino
redentorio de esta unidad tantas veces postergada, la certeza de
estar otra vez en los buenos tiempos, de esos que traen los vientos
frescos que derrochan esperanzas y abren las puertas del olvido
programado por los oscuros personajes que deshonraron la Nación,
traicionando hasta sus propias palabras, pisoteando la simple
felicidad de sentirse Patria.
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