Imagen de "Movimiento por la Paz" |
Por
Roberto Marra
El
odio clasista, el que se origina en las diferencias socio-económicas,
o el proveniente de supuestas superioridades de quienes tienen la
piel más clara sobre los que la poseen más oscura, son
construcciones culturales congruentes con los desarrollos que se han
generado en las sociedades a lo largo del tiempo. La cuestión del
poder lleva en sí el mayor peso de esa construcción, con disputas
que terminaron de acomodar las piezas de esa especie de ajedrez
social, elevando a los ganadores por sobre el resto, determinando
preeminencias derivadas de la habilidad para comunicar sus ideas y de
transferirlas a las nuevas generaciones, además de la fuerza bruta y
del miedo que ella genera, base del sometimiento y su permanencia
temporal.
Los
resultados de semejantes enfrentamientos odiosos no les importan a
los fabricantes de las desgracias que los provocan. Los genocidios,
los abandonos, las hambrunas, las migraciones sin rumbo y el
encarcelamiento por portación de piel o pobreza, son simples “daños
colaterales” de esos aberrantes métodos de destrucción de los
tejidos sociales, del hundimiento en las peores condiciones de
sobrevivencia de millones de personas, que dejan de ser eso para
convertirse solo en “cosas” descartables.
Los
sistemas educativos juegan el rol principal en esa construcción
maliciosa, insertando desde la niñez los conceptos provocadores de
esos odios necesarios para la reproducción de los estigmas y la
multiplicación de los dolores que padecerán los perdedores de esa
lucha desigual. Son manifiestos los procederes de los educadores, sus
lenguajes y manejos preparados desde su propia educación para el
ámbito pedagógico, los planes curriculares elaborados para ocultar
la auténtica historia y promover falsos paradigmas, siempre
provocadores de resentimientos entre iguales en nombre de razones que
no lo son y objetivos que no se condicen con el humanismo que debiera
prevalecer en la formación de los nuevos ciudadanos.
Esa
y algunas tareas mediáticas imprescindibles para ahondar semejantes
desvaríos antisociales, son la base con la cual se logran provocar
adhesiones a las peores ideas segregacionistas, a la acumulación de
desprecios que terminan por estallar en algún momento, justo cuando
los poderosos necesitan expulsar de los gobiernos a quienes intentan
forjar nuevas sociedades, más justas y equitativas, donde prevalezca
la solidaridad y el desarrollo sustentable e inclusivo.
Por
esos andariveles del odio y la transferencia del mismo a la violencia
efectiva, se han desatado ahora los ataques furibundos contra el
gobierno de Evo Morales, esa verdadera revolución andina que asombra
por sus resultados y su coherencia. Otra vez la “razón blanca”
contra los “indios brutos”, nuevamente la repugnancia de los
peores disvalores intentando derribar la legitimidad demostrada en
las urnas a través de actos aberrantes, provocaciones insoportables,
demostraciones todas de la bestialidad que consume los espíritus de
esas personas, creídas de superioridades exaltadas por dirigentes
apátridas y empujada por los dineros de la embajada y sus
acostumbradas maniobras destituyentes de gobiernos populares.
Ahora
que nuestra Nación parece ir en camino de re-encontrarse con el
rumbo popular perdido en la noche “neoliberal” (que ni fuera
“neo”, ni “liberal”) y observando la reciente historia que
derivó en la llegada de la oligarquía al poder político y las
experiencias de nuestros hermanos de la Patria Grande, es tiempo de
escrutar los resultados de las carencias preventivas para evitar que
eso sucediese, de la falta de la profundización de las medidas que
se hubieran tomado y, sobre todo, de los imprescindibles cambios del
sistema educativo y comunicacional, que no se hicieron en el momento
debido y como se requerían para evitar tanto engaño y tanta
traición.
Esa
debiera ser la primordial tarea para ir conformando nuevas
generaciones de individuos solidarios y abiertos a paradigmas de
auténtico respeto de las diferencias, en búsqueda de la
deconstrucción de la cultura de la aversión al distinto, explorando
alternativas curriculares que provean a integrar sin sometimientos ni
superioridades derivadas de posiciones socio-económicas. Es desde
esa barricada al desprecio y la sinrazón que se debería plantear la
batalla contra semejante estigma destructor de los proyectos de
justicia social. Y es desde allí que podrá nacer, de verdad, ese
nuevo tiempo siempre consumido en las llamas del odio irracional, al
que solo con la pasión, el conocimiento y la razón se habrá de
vencer para siempre.
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