Imagen de "rosarionoticias.info" |
Por
Roberto Marra
Periódicamente,
regresan a la escena proyectos de leyes que intentan ordenar el
complicado tema de los alquileres. Se trata, se dice siempre, de
propuestas dirigidas a permitir el acceso a la vivienda en alquiler
por aparte de enormes cantidades de personas y familias que no logran
alcanzar los altísimos precios que impone ese particular mundo de
transacciones entre profundas desigualdades que se denomina
“mercado”. Una especie de “barril sin fondo” donde se pierden
las buenas intenciones y de donde emergen, gananciosos, los poderosos
grupos inmobiliarios que se han apoderado de la mayoría de las
ofertas en las grandes ciudades.
El
poder acumulado por las corporaciones que detentan la propiedad o su
manejo transaccional en ese “mercado” tan intrincado como
salvaje, donde la ley de la selva (urbana) parece predominar sobre
las relaciones humanas, termina decidiendo unilateralmente el valor y
los términos de los alquileres, imposibilitando para una gran
mayoría de habitantes el derecho a la vivienda digna, un objetivo
constitucional olvidado y pisoteado por la omnipotencia de quienes se
arrogan la autoridad para decidir quienes pueden o nó llegar a
cumplir con ese beneficio tan lógico como justo.
Engorroso
tema el de la vivienda, que no puede encontrar su cauce resolutorio
en tanto falte una fuerte intervención del Estado para encaminar
semejante complejidad. Difícil trámite para los gobiernos que hacen
equilibrio entre las necesidades de los ciudadanos y las exigencias y
hasta amenazas de las corporaciones financieras que ofician de
supra-poder, colocándose en el papel de víctimas cuando se les
pretende extraer un mínimo de sus obscenas ganancias, en nombre de
necesidades irrefutables de los desesperados inquilinos, que viven
entre la espada y las paredes... de sus anheladas viviendas.
En
cada oportunidad que se ha pretendido establecer reglas que le den
mayores posibilidades a los demandantes de ese derecho
constitucional, los “grupos de tareas” de las cartelizadas
inmobiliarias invaden los medios de comunicación y el Congreso
Nacional para “influenciar” las decisiones de los representantes
del Pueblo quienes, a su vez, suelen olvidar tal carácter, para
terminar apoyando las exigencias descaradas de los poderosos antes
que las de los atribulados ciudadanos que los eligieron.
Los
caminos generalmente elegidos para intentar paliar tanta injusticia
habitacional, solo postergan las soluciones al infinito. Son simples
parches que pretenden “patear para adelante” las decisiones que,
al diferirse, acumulan inequidades y profundizan la desigualdad,
caldo de cultivo para la disgregación familiar y el desarrollo de
esos ghetos sociales que se denominan, ominosamente, “villas de
emergencia”. Una “emergencia” que viene durando décadas, unas
“villas” que no son más que acumulaciones desarticuladas de
espacios habitacionales, inmorales, precarios y desabastecidos de los
más elementales servicios urbanos.
La
vulneración del derecho a la ciudad está institucionalizado,
olvidado en algún cajón de las promesas que nunca se intentaron
cumplir, por ignorancia, por desidia o por estulticia. Los grupos
inmobiliarios ya están abarcando demasiados espacios inhabitados,
esos inútiles monumentos al abandono social, esas perversas muestras
del poder de los especuladores, cuyos únicos objetivos de
acumulaciones de fortunas y lavados de dineros mal habidos, son el
paradójico muro de la desesperanza de los millones de habitantes que
buscan, simplemente, un techo que los dignifique.
No hay comentarios:
Publicar un comentario