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Por
Roberto Marra
El
final de un proceso político y el inminente inicio de otro, generan
acciones y reacciones de los partícipes y también de quienes, sin
serlo, resultan alcanzados, de cualquier manera, por los cambios de
rumbos obvios que se producirán a partir de la asunción de las
nuevas autoridades. En medio de ese transcurso a otros tiempos, las
expectativas de sus actores y de la ciudadanía se acumulan y
reproducen, acicateadas además por los medios hegemónicos, que
buscan acomodar sus discursos para seguir ejerciendo su reconocido
rol de vanguardia de la organización de la mentira y resguardo de
los intereses del Poder del que ya forman parte indisoluble.
Pretenden
disipar sus dudas urgiendo a definiciones apresuradas. Agotan sus
esfuerzos para activar respuestas que les sean útiles para comenzar,
desde antes de la asunción del gobierno por llegar, con la
subversión de la realidad. Extreman sus diatribas anticipadas para
acuciar a los dirigentes a punto de asumir para derrotarlos
anticipadamente. Subliman las mentiras para compeler a errores que
les aseguren sus propios éxitos. Consumen toneladas de papel y
eternas horas de falsos análisis para obligar a pensar sobre lo que
nunca se dijo.
En
ese trabajo sucio y destructor de las esperanzas, actúan casi todos,
incluso aquellos que afirman sus desintereses por anticipar gabinetes
o medidas próximas, pero con la especulación como método de
comunicación más utilizado, buscando ser los anunciantes de “la
primicia” que les dé el predicamento que persiguen como fundamento
de sus ejercicios periodísticos.
Pero
“apurar” no es solo actuar con prisa. También significa
acongojarse, angustiarse, afligirse, abrumarse. Esa acepción es la
que se acomoda a los sentimientos de quienes resultan ser los
receptores de tanta elucubración mediática, consumidos por tanta
perversión disfrazada de ansias periodísticas. Es lo que produce el
efecto buscado por los pensadores de nuestras desgracias
planificadas, siempre detrás de cuanta zancadilla se le pueda dar al
destino que se intente moldear desde la felicidad popular.
Necesitan
una sociedad entristecida, incómoda, atribulada, inquieta e
irritable. Buscan, con el denuedo propio de los perversos, empujar a
todo un Pueblo a la duda permanente, al desprecio de los valores que
les hicieron confiar en los nuevos mandatarios electos. Se adentran
en sus espíritus a través del metralleo de lo que no existe como
novedad que promueva el desencanto anticipado, el comienzo veloz de
la negación de un proceso que todavía no dio inicio.
Por
allí transitan estos gurúes de la impaciencia, auténticos voceros
de hecatombes más propias de las predicciones de Nostradamus, que de
la profesión periodística. Por ese camino de la urgencia
innecesaria van sembrando sospechas y vacilaciones para acabar
rápidamente con esa relación cercana entre electores y elegidos.
Buscan la destrucción y la revancha despiadada a través de
consignas miserables que involucren a toda la sociedad.
Va
llegando el momento de apurar a los sometedores. Va siendo tiempo de
concluir con sus mandatos, pulir las herramientas de la verdad y
salir al ruedo de la premura ordenada por un Poder que no espera
nunca, que no da tregua ni respiro. Es hora de dejar de lado a los
falsos profetas de la “inquisición mediática”, hacerles sentir
el rigor del desplante ante sus amenazas y darles a probar de su
propia “medicina”, dudando de cada una de sus palabras, activando
las defensas sostenidas por nuestras certezas, levantando las viejas
banderas postergadas por tanto odio sin sentido. Y comenzar el nuevo
tiempo con la alegria propia de los pueblos convencidos, listos para
cambiar la vida perdida detrás del olvido programado.
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