Mucho
hablan algunos energúmenos locales, por estos tiempos neoliberales,
sobre “los últimos 70 años”. Se refieren, por supuesto, al
advenimiento del justicialismo, esa marea popular que encontró un
líder que se correspondió con sus intereses y sus sueños. Las
denostaciones desde la brutalidad oligárquica no han cesado desde su
aparición, con momentos cúlmines en sus peores aspectos violentos,
costándole la vida a miles de personas, con el simple y espantoso
motivo de la salvaguarda de sus riquezas mal habidas y el servilismo
a los intereses del imperio que los solventa ideológicamente.
Por
estos días, en el Mundo también se habla de estos últimos 70 años,
pero no referidos a nuestro proceso político nacional, sino al
desarrollado en una Nación de las antípodas planetarias, como es
China. La celebración de la creación de la República Popular China
ha sido motivo para escuchar y ver tantas admiraciones por su
desarrollo vertiginoso, como opiniones de carácter prejuicioso sobre
las características que tuvo semejante crecimiento, dictámenes que
parten de supuestos sin sustento en realidades presentes ni
históricas, verdaderas trampas mendaces elaboradas desde las mismas
usinas del pensamiento único que domina el sistema mediático
universal en inmenso porcentaje.
Como
no podía ser de otra manera, los cipayos periodísticos nacionales
también introdujeron sus imbecilidades desprovistas de criterios que
se sostengan en estudios ni investigaciones libres de la carga
idiotizante de las agencias internacionales, que tratan de mostrar lo
peor como lo único posible de existir en cuanta nación se atreva a
desafiar los intereses que defienden con el denuedo de los esclavos.
Los
idiotas útiles, repetidores de cuanta falsía le entreguen desde la
agenda del Poder, hicieron incapié en el aspecto militar de un
desfile conmemorativo que tomaron como amenazante hacia el Mundo, “el
peligro chino” que nos barrerá del Planeta si no le pone freno el
imperio que nos resguarda, “desinteresadamente”, de tales
propósitos de supuesto expansionismo ilimitado.
No
podían faltar, en tales circunstancias, las referencias cruzadas
sobre los sucesos en Hong Kong, otra de las tantas “revoluciones de
colores” inventadas por los servicios de inteligencia yanquis y
británicos, punta de lanza de una ofensiva que integran también el
aspecto económico y el militar. Poniéndo el énfasis en las
manifestaciones de los sectores ganados por la propaganda falaz que
todo parece poderlo, se intenta anular la impresionante capacidad
mostrada por este gigante mundial para cambiar, de verdad, la vida de
sus casi mil quinientos millones de habitantes, demostrada por la
eliminación del hambre con la que comenzara su existencia, después
de una guerra que la había destruído casi por completo.
A
partir de allí, todo ha sido progreso. Pero progreso real, sostenido
sobre la base de la justicia social como meta, de la independencia
económica como sustento para su desarrollo virtuoso y libre de
ataduras y de la soberanía política con la que anudó un sistema de
relaciones internacionales que le permitió establecer intercambios
mutuamente ventajosos con el Mundo.
Como
todo proceso de desarrollo nacional, ni fue simple, ni fácil, ni
lineal. Campearon los errores, pero también las rectificaciones,
método propio de la sabiduría acumulada en miles de años de una
cultura que, en la práctica, ha sido el origen de casi todo lo que
hoy nos parece de existencia casi natural. Tuvo un líder originario,
como Mao, que estableció las bases doctrinarias que supieron seguir
sus descendientes políticos hasta lograr el asombro planetario por
la evolución que hoy día se manifiesta.
Nada
es producto de la casualidad. Tampoco la coexistencia de los tres
mismos valores que en nuestro País cumplen más de setenta años.
Las mismas banderas solventaron aquel proceso tan lejano de nuestras
tierras y tan cercano en nuestros idearios. Los mismos objetivos se
plantearon sus líderes, tan coherentes con sus consignas como
certeros en las imprescindibles necesidades que intentaron cubrir con
políticas que posibilitaran ese desarrollo virtuoso, que allá sí
lograron y aquí se frenó tantas veces, por las particulares
características de una historia bicentenaria de traiciones y
mentiras organizadas para el dominio imperial de turno.
China
merece ser imitada. No en sus formas, sino en su perseverancia. China
es la medida de nuestras posibilidades, es la prospectiva realizada,
esa que tantas veces comenzamos a construir y tantas perdimos detras
de los eternos desvíos programados por el enemigo de aquí y de
allá. Es la muestra palmaria de que solo es posible alcanzar lo que
se desea con la conjunción de los interesados en hacerlo, sin
prestar atención a los cantos de sirenas de los traidores y los
mendaces mensajes del Poder Mundial, tan preocupado en destruir
aquella China del destino popular. El mismo que, inexorablemente,
sabrá erigir Nuestra América sometida.
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