Imagen de "El Cronista" |
Por
Roberto Marra
La
cualidad de “moderado” suele generar adhesiones mayoritarias
hacia quienes así se muestran. Moderados y moderadas gozan de un
halo de prescindencia de los extremos, que los ubicaría en una
posición intermedia, las más de las veces imposible, pero cuya
valoración masiva es positiva, sobre todo por la exagerada
publicidad que esas posiciones tienen a través de los medios de
comunicación. Es justamente en esos medios que se ubican estos
personajes de pretendidas equidistancias de los opuestos de cualquier
índole y materia, como método infalible para la falta de compromiso
con realidades que se muestran tan obvias como negadas.
La
mesura o la templanza son virtudes que se diluyen cuando se utilizan
como caretas para presentarse ante la sociedad como ecuánimes,
escondiendo sus auténticos pensamientos, generalmente de extremismos
ideológicos inconfesables. La tolerancia es otra forma de expresar
esta virtud por parte de ese tipo de periodismo enmascarado que
mayoritariamente habita radios, televisoras y periódicos, con modos
de aparente modosidad y dudosa moralina.
La
supuesta morigeración con la que relatan la realidad, suele generar
una empatía en los observadores que les provee de audiencias
condescendientes con sus dichos, las más de las veces guionados para
establecer creencias en cosas que nunca sucedieron, pero muy
necesarias para la dominación social de quienes alimentan a esos
falsos “paladines de la prudencia verbal”. De esa manera
establecen un vínculo estrecho con quienes les escuchan,
transformándose en “referentes” de “verdades” que nunca son
tales.
El
Poder ha logrado instalar, en la inmensa mayoría de la población,
la idea de que la moderación es el único camino posible. Negando lo
que llaman “extremismos”, se aseguran que nadie de un paso más
allá de las conveniencias para sus intereses, colocando una valla al
conocimiento que impida moverse por fuera del estrecho desfiladero
por donde obliga a circular a la sociedad. Y por ese mismo camino
transitan los políticos a la hora de buscar adhesiones a sus
propuestas, tan teñidas de esa “moderación” que resultan, a
veces, demasiado parecidas entre sí unas de otras.
Categorizando
a las auténticas búsquedas de nuevas propuestas como parte de esos
“extremos” intocables, las estigmatizan y degradan, con la
insufrible colaboración de sus empleados mediáticos, siempre
dispuestos a las prebendarias formas con las que transmiten sus
“templadas” opiniones. Logran así atrasar los cambios que se
necesitan con urgencia, postergan el saber de los sectores populares
para poder encararlos, anulan el paso hacia estadíos superiores y
hunden a la sociedad en dilaciones que impiden los avances
imprescindibles para superar las peores consecuencias del
estancamiento político e ideológico, solo con tratarlos de
“extremados”.
Claro
que la supuesta “moderación” resbala en la pendiente de la
obscenidad cuando estos personajes caricaturescos de la
incomunicación son colocados para “moderar” esos debates
políticos que son, en realidad, puestas en escena para brindarle
otra oportunidad al candidato del Poder. Atrapados en esas
circunstancias de tan obvios resultados negativos, los otros actores
de esas pantomimas televisadas se auto-obligan a “moderarse” en
sus expresiones, sabedores de que cualquier corrimiento por fuera de
“lo establecido”, los hará centro de las peores degradaciones
por parte de los energúmenos periodísticos que intentan pasar por
“imparciales”.
El
resultado será una nueva vuelta en la espiral de la negación de la
verdad. Nadie más que sus “moderadores” serán los “ganadores”
de esas sucias parodias de pantalla, fruto del irrespeto a la
sociedad y el desprecio a sus interlocutores, que pasarán por allí
solo para aumentar por unas horas el rating de esos “famosos” y
dar un peligroso paso hacia el cercano abismo del fin de la ilusión
de todo un Pueblo.
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