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martes, 15 de octubre de 2019

LA ÚLTIMA FUNCIÓN

Por Roberto Marra
La actividad política proselitista ha sido acarreada hacia un verdadero espectáculo circense. Las necesidades de los medios, que lo han invadido todo, dictan hasta las palabras que se pueden o no decir, los gestos que se pueden o no realizar, las definiciones permitidas y las prohibidas. Hasta los lemas partidarios terminan gestándose en base a la conveniencia de los espacios publicitarios mediáticos, donde se restringe todo lo que exceda un tiempo determinado, terminando en ridículos mensajes apurados de los locutores, que se convierten en auténticos trabalenguas ininteligibles.
La cúspide de toda esa maraña de slogans apretados y propuestas de escasos caracteres tipográficos, son los “debates” entre los candidatos, que una ley ha venido a determinar como obligatorios, generando ese formato televisivo donde se conjugan todas las artimañas de ese medio, para convertir, lo que debiera ser una expresión de la búsqueda del conocimiento sobre cada postulante y sus propuestas, en un ejercicio teatralizado de la realidad, donde brillan por sus escasas presencias las autenticidades y sobran las palabras huecas o altisonantes, vagas expresiones de las verdades de cada quien, pequeñas manifestaciones de lo que sea cada uno, imposible de saberse a través de semejantes actos de segundos pautados, como si fueran publicidades de mercaderías que se necesitan vender con demasiada premura.

Se convierte, uno de los más importantes momentos de la vida política ciudadana, como es la de elegir a sus representantes, en una auténtica función de circo, donde pasan ante nosotros acróbatas de la historia, muñecos de ventrílocuos bien escondidos, equilibristas en busca del punto medio que los sostengan, mimos que no pueden expresar con claridad sus pensamientos, escapistas permanentes de la realidad, contorsionistas que se retuercen entre fantasías imposibles o payasos que solo logran hacer llorar.
Aunque siempre habrá quien logre atravesar las barreras de la mediocridad reinante en esos foros de la especulación política, el resultado de su existencia solo será una acumulación de ganancias publicitarias para los intervalos y una posterior guerra de supuestos ganadores del “debate” donde nunca se delibera, porque solo se exponen linealmente ideas primarias, se señalan falencias ajenas y se exageran virtudes propias.
El “formato” televisivo elegido resulta especialmente rebuscado, donde las limitaciones temporales acucian a los participantes, obligándolos a estudiar previamente sus exposiciones, con escasa o nula espontaneidad y desesperados intentos por cubrir todo lo que desea decir en tan pocos segundos. Eso solo ya se convierte en un filtro para los integrantes de esos paneles, donde la velocidad se privilegia por sobre la comprensión de las ideas por parte del público, el último “orejón del tarro” en esta pantomima televisada.
Lo más extraño de estos “pasos de comedia” de la política, es la presencia de unos pobres personajes a quienes se los denominan “moderadores”, desvirtuando otra palabra más, ya que ni siquiera tienen permitido preguntar, actuando como lo hacen los simples “payasos” en los circos de verdad, para marcar los tiempos muertos entre cada una de las actuaciones. Peor resulta la elección de estos señaladores de segundos, realizada solo entre conocidos voceros de los medios hegemónicos, cuyas famas provienen de sus especiales adhesiones a lo que determine el Poder que los sustenta y del que liban sus excecrables pensamientos.
Todo terminará en tapas de diarios y paginas web señalando al “ganador” de esas pulseadas del circo politiquero, inútil disputa de sentidos ya asumidos por el Pueblo que, a la larga, intuye que la función que acaba de presenciar no se trata más que de una representación de la realidad que le vienen escamoteando desde hace demasiado por esos mismos medios, tratando de convertirlos en simples marionetas de los poderosos que solo buscan preservar sus privilegios. Por fortuna, este circo tan especial cierra su temporada en poco tiempo. A partir de entonces, podrá comenzar una auténtica vida, esa que nos sustrajeron durante cuatro años con funciones interminables de un payaso que nos robó la alegría.

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