La
actividad política proselitista ha sido acarreada hacia un verdadero
espectáculo circense. Las necesidades de los medios, que lo han
invadido todo, dictan hasta las palabras que se pueden o no decir,
los gestos que se pueden o no realizar, las definiciones permitidas y
las prohibidas. Hasta los lemas partidarios terminan gestándose en
base a la conveniencia de los espacios publicitarios mediáticos,
donde se restringe todo lo que exceda un tiempo determinado,
terminando en ridículos mensajes apurados de los locutores, que se
convierten en auténticos trabalenguas ininteligibles.
La
cúspide de toda esa maraña de slogans apretados y propuestas de
escasos caracteres tipográficos, son los “debates” entre los
candidatos, que una ley ha venido a determinar como obligatorios,
generando ese formato televisivo donde se conjugan todas las
artimañas de ese medio, para convertir, lo que debiera ser una
expresión de la búsqueda del conocimiento sobre cada postulante y
sus propuestas, en un ejercicio teatralizado de la realidad, donde
brillan por sus escasas presencias las autenticidades y sobran las
palabras huecas o altisonantes, vagas expresiones de las verdades de
cada quien, pequeñas manifestaciones de lo que sea cada uno,
imposible de saberse a través de semejantes actos de segundos
pautados, como si fueran publicidades de mercaderías que se
necesitan vender con demasiada premura.
Se
convierte, uno de los más importantes momentos de la vida política
ciudadana, como es la de elegir a sus representantes, en una
auténtica función de circo, donde pasan ante nosotros acróbatas de
la historia, muñecos de ventrílocuos bien escondidos, equilibristas
en busca del punto medio que los sostengan, mimos que no pueden
expresar con claridad sus pensamientos, escapistas permanentes de la
realidad, contorsionistas que se retuercen entre fantasías
imposibles o payasos que solo logran hacer llorar.
Aunque
siempre habrá quien logre atravesar las barreras de la mediocridad
reinante en esos foros de la especulación política, el resultado de
su existencia solo será una acumulación de ganancias publicitarias
para los intervalos y una posterior guerra de supuestos ganadores del
“debate” donde nunca se delibera, porque solo se exponen
linealmente ideas primarias, se señalan falencias ajenas y se
exageran virtudes propias.
El
“formato” televisivo elegido resulta especialmente rebuscado,
donde las limitaciones temporales acucian a los participantes,
obligándolos a estudiar previamente sus exposiciones, con escasa o
nula espontaneidad y desesperados intentos por cubrir todo lo que
desea decir en tan pocos segundos. Eso solo ya se convierte en un
filtro para los integrantes de esos paneles, donde la velocidad se
privilegia por sobre la comprensión de las ideas por parte del
público, el último “orejón del tarro” en esta pantomima
televisada.
Lo
más extraño de estos “pasos de comedia” de la política, es la
presencia de unos pobres personajes a quienes se los denominan
“moderadores”, desvirtuando otra palabra más, ya que ni siquiera
tienen permitido preguntar, actuando como lo hacen los simples
“payasos” en los circos de verdad, para marcar los tiempos
muertos entre cada una de las actuaciones. Peor resulta la elección
de estos señaladores de segundos, realizada solo entre conocidos
voceros de los medios hegemónicos, cuyas famas provienen de sus
especiales adhesiones a lo que determine el Poder que los sustenta y
del que liban sus excecrables pensamientos.
Todo
terminará en tapas de diarios y paginas web señalando al “ganador”
de esas pulseadas del circo politiquero, inútil disputa de sentidos
ya asumidos por el Pueblo que, a la larga, intuye que la función que
acaba de presenciar no se trata más que de una representación de la
realidad que le vienen escamoteando desde hace demasiado por esos
mismos medios, tratando de convertirlos en simples marionetas de los
poderosos que solo buscan preservar sus privilegios. Por fortuna,
este circo tan especial cierra su temporada en poco tiempo. A partir
de entonces, podrá comenzar una auténtica vida, esa que nos
sustrajeron durante cuatro años con funciones interminables de un
payaso que nos robó la alegría.
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