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Por
Roberto Marra
Cuando
todavía éramos demasiado chicos para comprender las trágicas
realidades que atravesaban a nuestro País, quien más, quien menos,
habremos jugado con soldaditos, imaginando batallas épicas contra
enemigos fantasmas a los que, invariablemente, vencíamos. Eran
soldados con uniformes de otros tiempos, rememorando a Granaderos o
Patricios dispuestos a morir por la Patria, sin que todavía
comprendiésemos con claridad que era exactamente eso.
Después,
cuando el tiempo hizo trizas aquellos sueños pueriles de contiendas
patrióticas, cuando los soldados de carne y hueso se convirtieron en
martirio para inocentes que se atrevían a pensar en libertades
prohibidas, aprendimos a las apuradas que todo había sido una
ilusión, un aprendizaje inútil de admiraciones vanas hacia quienes
no existían más que en los discursos incoherentes de los bravucones
con charreteras, que se apoderaban del Estado para destruir las
esperanzas populares y vender al mejor postor los sentimientos
nacionales que se suponían parte indisoluble de los uniformes que la
Patria les otorgaba.
Convertidos
todos en sus enemigos, salvo quienes sostenían financieramente sus
engendros represivos para asegurar y profundizar sus ganancias casi
infinitas, ocuparon el territorio como si se tratara de una fuerza
extranjera, arrasando con cada atisbo de rebelión, cada movimiento
que intentara algo parecido a la justicia, hasta lograr su peor
objetivo, el de la desaparición de los mejores hijos de esta tierra,
los más esclarecidos defensores del sentimiento nacional,
convirtiendo a la Nación en un manojo de miedos nunca culminados.
Cuatro
décadas después, arribó al mismo sitio otro contumaz representante
de las mismas pasiones destructivas, un heredero de aquellos que
sostuvieron con pasión demoledora a los asesinos de entonces, sus
socios armados para la defensa de sus intereses. Con las mismas
recetas y los mismos acompañamientos internacionales, logró el
sinsentido de ser elegido por las urnas, atravesando las conciencias
con las modernizadas armas mediáticas que entonces también supieron
ser utilizadas para la mentira cotidiana y la fabricación de
obsecuentes sin pensamientos propios.
Aquí
estamos ahora, ante un nuevo aniversario de una independencia que
nunca se terminó de concretar, frente a la desgraciada evidencia de
una nueva traición a la Patria que intentaron crear nuestros San
Martín, nuestros Belgrano, nuestros Artigas. Por el mismo camino de
los ejecutores de aquellas persecusiones a los mejores hombres y
mujeres que generó esta tierra, el empoderado gerente del imperio
que ahora mismo nos gobierna, renueva sus improperios antipopulares,
aplasta cualquier signo de dignidad nacional y resigna hasta el más
mínimo atisbo de patriotismo, encabezando desfiles berretas de
soldaditos de plomo, sin otro sustento que el sentido represivo de
esas fuerzas nacidas para la defensa de lo que el pusilánime
presidente nunca podría entender.
Sus
bajezas económicas y su actitud de vendepatria sin remedio, han
logrado poner a nuestra Nación en terapia intensiva, casi sin
energía ni respirador artificial que la pueda recuperar. Como un
Atila del subdesarrollo, ha convertido en tierra arrasada al vergel
recibido, ha hundido al Pueblo en un marasmo de denigraciones y
miserias nunca vistas, ha logrado lo que ni siquiera aquellos armados
desaparecedores pudieron realizar, haciendo añicos la construcción
de lo que tanto sudor y sangre necesitó.
Falsa
su sonrisa de cartón, falsos sus saludos a los soldados que no saben
por qué desfilan, falsos sus mensajes de falsos patriotismos, falsos
sus acompañantes de aventuras de traiciones sin límites. Todos
estamos atravesados por la mentira y la desidia, aplastados por el
abandono y el odio de clase, heridos por las bayonetas de sus
desprecios, corridos por las balas del esperpento que oficia de
ministra de seguridad.
No
es momento este para jugar a los soldaditos, sino de rememorar los
sentimientos que nos inducían las inocencias de entonces. Es tiempo
de retomar los sueños sanmartinianos, de re-encontrarnos con
Belgrano y sus pasiones incumplidas, de asegurarnos de no extraviar
las razones del Artigas olvidado, para recuperar nuestras firmezas
ideológicas y solidaridades sin límites, sosteniendo las banderas
abandonadas por correr detrás de falsos oropeles sin sentido,
dispuestos a reconstruir la Patria nuevamente, a conquistar su
verdadera independencia, convertidos todos en un pacífico ejército
que libere para siempre esta tierra de los fantasmas de las
traiciones, con las mejores armas que un Pueblo puede cargar:
memoria, verdad y justicia.
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