Imagen de "diariodelujan.com" |
Por
Roberto Marra
Por
unos instantes, un eclipse tapó a otro. Por algunos minutos, la
oscuridad logró tapar las vergüenzas en flor de millones de
pretendientes a seres humanos, nunca favorecidos con las bolillas
ganadoras. Por esos escasos momentos, todos parecieron ser más
iguales, todos agrisados sobre un fondo de tenue luz mortecina,
mirando el fenómeno natural como a una deidad de tiempos pasados.
Hasta que la realidad brilló de nuevo, trayendo al primer plano lo
que nadie quiere ver, lo que siempre está oculto, lo que se esconde
bajo la alfombra de las mentiras y el desprecio.
Como
para demostrar que esa será la realidad que deberán soportar para
siempre sin posibilidad de objeción alguna, los causantes de
semejantes condiciones se aseguran de ser observados, a la distancia,
en sus exclusivas canchas de golf, yendo de hoyo en hoyo para cumplir
con sus repugnantes travesías a ningún lado, simples
representaciones de poderíos sustentados en dineros de sospechosos
orígenes, bastardos de una oligarquía recalcitrante que atraviesa
la historia con sus peores muestras de desprecios.
Bajo
unos pedazos de chapas y maderas que ofician de “viviendas”,
chiquilines sin destino de hombres o mujeres, repiten jugando las
búsquedas de sus padres. Revolver basura es su principio y será su
fin. Mirar las verdes lomas del campo de golf les acostumbrará a
saber sus límites sociales. Un arroyo les va colocando en sus
lugares, marcando esa “grieta” que inventaron para alejarlos de
la vida, para acercarlos a la muerte temprana, para olvidarlos en ese
rincón del espanto y el desprecio.
Cada
tanto, algún bienintencionado se acerca para otorgarles alguna
dádiva, para cubrirlos con una manta de vergüenzas, para llenar sus
bolsos raídos con polentas y fideos sobrados de alacenas repletas.
De vez en cuando, alguna campaña política acarrea hasta el lugar a
candidatos buscando la confianza de esos negados sociales. Solo será
un instante, un mero recorrido televisado, un simple acting para el
lavado de conciencias mal entrenadas, un soplo de esa “esperanza”
que el propio nombre del barrio no alcanza a explicar.
Después,
la “normalidad anormal” retornará a su camino habitual, pateando
ratas muertas y pisando excrementos de cloacas a cielo abierto,
pisando charcos de napas de aguas podridas, hundiéndose en lagunas y
barros casi eternos, oliendo a muerte cotidiana, mientras detrás del
arroyo los causantes de cada uno de esos padecimientos tapan los
olores con sus “Chanel Number Five”.
Estamos
en guerra y no nos hemos dado cuenta. Es un combate que se inició en
el mismo momento que se intentó dar el primer grito de libertad. Es
una sucesión de batallas perdidas que lleva más de doscientos años.
Es una disputa que fue fabricando perdedores, naturalizando
realidades incoherentes con la feracidad de nuestros suelos,
inconcebibles en medio de las dimensiones de nuestras tierras, solo
posibles por el triunfo de las argumentaciones de los imperios y sus
lacayos locales, aceptadas incluso por las víctimas que habitan esas
miserias que apabullan.
En
ese mar de contrastes inaceptables es que se va a desarrollar la
próxima batalla. Es para terminar con semejante oprobio que se
necesita levantar de la comodidad de la mirada televisada a los
millones de compatriotas que todavía conservan sus consciencias de
humanos bien nacidos. Es para arrasar con la miseria y no con los
miserabilizados que se precisan las acciones contundentes de los
próximos gobernantes. Y es para elevar a la categoría de humanos a
tantos habitantes de “barrios la esperanza” desparramados por
nuestra Patria destrozada, que se requieren los votos masivos de un
Pueblo descontaminado de mentiras y falsas ilusiones de “primer
mundo”, para transformarnos en nuestro propio Mundo, justo, libre y
solidario.
No hay comentarios:
Publicar un comentario