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jueves, 13 de junio de 2019

VOLVER A LA DEMOCRACIA

Imagen de "Culturas Metropolitanas"
Por Roberto Marra
La devaluación de la forma de gobierno denominada “democracia” se hace muy notable en los procesos electorales. Es cuando se desatan las campañas, que aparecen las peores caras de este “sistema”, ámbitos donde se manifiestan las incapacidades e incoherencias de muchos de los candidatos en sus intentos por “seducir” al electorado, verbo que resume la incomprensión del significado de los procesos en los cuales participan, donde el Pueblo debiera decidir su destino inmediato y mediato, pero termina optando, generalmente, en base a imágenes, esas estudiadas representaciones de las verdaderas caras de los aspirantes, a las que pocas veces se tiene acceso.
Es que seducir no es convencer, aunque se lo haga a fuerza de la insistencia propagandística. Persuadir no es solo atrapar la voluntad del votante para que deposite una determinada boleta en la urna, sino establecer un vínculo entre los electores y los candidatos con base en el conocimiento y la comprensión profunda de las ideas que los sustentan, puestas sobre la mesa de la participación protagónica de quienes debieran ser, en definitiva, los auténticos dueños de las decisiones.
Claro que este ideal ha sido abandonado hace demasiado tiempo, producto de las necesidades del Poder Real, que busca siempre obtener más ventajas de las que ya posee en su dimensión política, acrecentadas con la profusión de medios de difusión concentrados en sus manos y utilizados como base de su acción degradante de las conciencias de los ciudadanos, la mayoria inmersos en un mar de imperiosas necesidades económicas que les impiden hasta pensar.
En medio de semejante situación, es más que probable que surjan las campañas sucias, esas persecusiones mediáticas que se desatan ante la inminencia de perder algunos privilegios por parte de los poderosos. A eso se prestan no solo los medios de comunicación, sino quienes vienen ejerciendo los gobiernos sin otros objetivos mejores que la permanencia indefinida, tiempo durante el cual han tejido relaciones espúrias con aquellos y se han convertido en tapones para el avance real de la sociedad hacia estadíos de mayor justicia y equidad.
Sacan a relucir supuestos deslices de los opositores, a los cuales se los reproduce hasta hacerlos verosímiles para las mayorías atrapadas por las pantallas y sus metrallas parlanchinas. Todo vale para impedir que se los remueva de sus propios cargos, todo es poco para reducir las probabilidades de los adversarios. Son las formas elegidas para desatar odios sin sustento, desprecios a las trayectorias de dirigentes honestos y, lo más importante, desvíos de la atención sobre sus pasados (y presentes) poco transparentes y menos limpios.
¿Cabe hacer lo mismo desde el campo popular y sus auténticos líderes y candidatos? ¿Es provechoso para lograr el convencimiento de las mayorías de las propuestas que se tratan de hacer realidad a través de la contienda electoral? ¿Es necesario dilapidar el tiempo breve de una campaña amañada por los mismos sujetos que manejan las operaciones mediáticas imposibles de empardar, por las dimensiones y el poderío que las sustentan? ¿Vale la pena discutir sobre las más que probables corruptelas que pudieran ser parte del gobierno con el cual se quiere terminar, ante un electorado bombardeado durante años con diatribas similares hacia los opositores?
Hablar del enemigo, eleva su altura. Señalarlo todo el tiempo, indica el camino inverso al que se pretende transitar. Mencionarlo en cada frase, tonifica la “musculatura” seductora de los que ya nada tienen para ofrecer, como no sea la repetición de sus engaños, pero presentados mediante hermosas maquetas de un futuro que nunca llegará a través de sus gestiones.
Mostrar las propias “ofertas”, manifestar con profundas convicciones los caminos que se habrán de seguir, abrir las puertas al auténtico protagonismo popular, convencidos de la importancia de su aporte para respaldar los planes y corregir sus defectos, debiera ser suficiente carta de presentación de la honesta gestión que se pretende poner a disposición de una ciudadanía que ha sido obligada a permanecer en la oscuridad, como simple receptora de las decisiones (que son de su absoluta incumbencia), degradando hasta su casi extinción al verdadero sentido de la palabra democracia. Y ahora es, impostergablemente, cuando se deben enarbolar otra vez las viejas utopías que se robaron los envilecedores de la vida cotidiana, enseñando la otra cara de un sistema que solo puede ser tal en manos de un Pueblo constructor de su propio destino.

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