Imagen de "Areajugones" |
Por
Roberto Marra
Hace
muchos años, nacía en el seno de una familia constituída por un
padre dedicado a los negocios inmobiliarios y una madre hija de un
acaudalado estanciero, un niño muy especial, quien ya desde sus
primeros días manifestaba las que serían, en adelante, las marcas
fundamentales de su existencia: el desprecio y la mentira.
Adquirió,
tal vez por la enseñanza directa de su progenitora o tal vez por la
innata condición de sus genes, una personalidad agresiva, carente de
sentimientos nobles, profundamente hiriente con sus congéneres. Su
paso por las aulas fue siempre rápida, con el camino allanado (se
dice) por las “aceitosas” condiciones que lograba su padre con
los directivos de esas casas de estudio. Aunque esto fuera poco fácil
de comprobar, con el tiempo sus falencias intelectuales se
manifestarían con crudeza, señal inequívoca de su falsa
preparación, carente de esfuerzo alguno.
También
se habla, entre sus compañeros de escuela, de una notable cantidad
de actos vandálicos contra algunos de ellos. Puede que por imitar a
sus padres o derivado de las enseñanzas del hermano de su padre,
quien dejó huellas indelebles en su psiquis, preparando lo que
sería, más adelante, el personaje avasallante y antisocial que
padecerían millones de personas.
Un
día, este niño, que era profundamente vago y pasaba sus días
buscando donde hacer daño para satisfacer sus ansias de sentir
placer con las desgracias ajenas, encontró entre viejos trastos
guardados en un galpón de la estancia de su abuelo materno, una
lámpara arrumbada, llena de polvo y grasitudes. Poco proclive a
trabajar, ni aún en lo más elemental, sin embargo esta lámpara
llamó demasiado su atención, lo suficiente como para hacer el
esfuerzo de limpiarla y ver como era en realidad.
Cuentan
que, al hacerlo, un enorme “Genio” salió de esa lámpara,
llamándolo “Amo” a este pequeño satanás en potencia,
ofreciéndole cumplir con lo que él le pidiera. Lejos de asustarse,
enseguida intuyó los beneficios que podría obtener de semejante
descubrimiento y, sin mediar tiempo alguno, le soltó su primer
pedido: ser millonario. El Genio le dijo que ya lo era, por lo cual
tendria que pedirle otro deseo. Entonces le solicitó ser poderoso y
dominar a todo el País. El Genio le dijo que su deseo sería
cumplido, pero cuando fuera mucho mayor. Molesto por tantas trabas a
sus exigencias, le ordenó al Genio que le hiciera obtener un titulo
sin estudiar, pero el aparecido le manifestó que de eso ya se estaba
ocupando su padre. Enfurecido, lo comminó a concederle el deseo de
convertir en pobres a la totalidad de los habitantes de la Nación.
Pero el Genio en cuestión le dijo que había límites para los
deseos, y eso no estaba en la lista de los permitidos.
Cansado
de tantas negativas, tomó un martillo y aplastó la lámpara hasta
hacerla casi una fina chapa. El Genio se vio perdido, imposibilitado
de regresar al cobijo de su hogar milenario, huyendo del lugar sin
rumbo cierto. El niño, satisfecho con su nueva maldad, continuó con
la que sería una vida de continuos lujos y placeres basados en el
despojo y el odio, lo cual lo llevaría a ocupar altos cargos
empresariales y alcurnias sociales, siempre heredados y sin esfuerzo
alguno.
Años
después, habiéndo cumplido su deseo de dominar el País haciéndose
elegir presidente, lo cual logró en base a una enorme cantidad de
mentiras y promesas falsas, el Genio, que había estado observando
todos los desatinos cometidos por quien le quitara su hogar eterno,
buscó la manera de vengarse. Volando presuroso, llegó hasta la
mujer que más odiaba el “niño presidente”, la que había sido
tan denostada por él hasta hacer que fuera considerada culpable de
los males que él mismo generaba.
Le
contó las peripecias vividas con el nefasto personaje que lo habia
sacado de su lámpara y le prometió que la ayudaría a liberar a la
Nación de semejante engendro, cumpliéndole el deseo que ella le
solicitara. Pero, al escucharla y observarla, supo reconocer en esa
dama todas las virtudes necesarias para vencer, sin necesidad alguna
de su ayuda. Pudo sentir la fuerza y la pasión encerrada en tan
bello continente, comprobó que brotaba de sus labios el conocimiento
que ni él mismo comprendía, y solo pudo pedirle que lo ayudara a
volver a la dignidad que le había quitado el oscuro “niño
presidente”.
Un
año después de aquel encuentro, la mujer en cuestión apareció
ante un inmenso auditorio, sonriente, feliz de mirarse en los ojos de
tantos que la habían dejado de lado, reflejada en las miradas de
tantas personas que le manifestaban su admiración y amor
incondicional. Allí, ante todos ellos, abrió un simple libro de
tapas azules, convertido ahora en el hogar de aquel genio que
encontró la morada ideal para cumplir los deseos de la mayoría, a
través de cada una de las palabras escritas por esa prodigiosa
mujer. Y sintió que el final del ladino que lo sacó de su lámpara,
estaba por llegar.
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