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miércoles, 10 de abril de 2019

EL BAREMO POPULAR

Imagen de "Todo Riesgo"
Por Roberto Marra
Un “baremo” es una serie de reglas o convenciones establecidas con el fin de poder evaluar hechos, comportamientos o capacidades de los individuos. Como se trata de números que deben reflejar criterios relacionados con los sujetos “estudiados” o “relevados”, realizados por otros sujetos que (se supone) poseen capacidades para determinar los números que evalúen a aquellos, son de una muy poco probable “objetividad”, por más que se lo establezca a través de tablas o diagramas de pretendida neutralidad.
Mucho se utiliza este tipo de tablas evaluativas en los ámbitos judiciales. Con esa herramienta se suele ponderar a víctimas y victimarios, quedando todos y todas bajo la decisión emanada de tal mecanismo, de carácter abrumadoramente arbitrario, para establecer penas o resarcimientos, un método de pretendida ecuanimidad que deja rondando la duda eterna sobre su calidad probatoria.
¿Quién elaboró los “baremos” en uso? ¿De dónde salieron esos números que sellan la suerte de miles de personas que visitan los tribunales? ¿Cómo estar seguros de que están basados en estudios estadísticos serios? ¿Cuándo se hicieron semejantes determinaciones, con qué base programática, qué fines perseguían los autores, cuales fueron la circunstancias históricas y culturales que atravesaban esos momentos?
Difícil encontrar respuestas en el mismo Poder Judicial, intrusado desde su nacimiento por cuestiones de clase que impermeabilizaron su concepción oligárquica. Complicado descifrar sus códigos rebuscados, sus fraseos seculares, su románico idioma de pretendida superioridad imperial. Arduo resulta mellar sus corazas leguleyas, trabajo que, además, protagonizan una gran cantidad de interesados en pertenecer a ese cerrado círculo de omnipotentes miembros de “La Justicia”, por lo que los resultados siguen siendo negativos para la mayoria de los ciudadanos sometidos a sus arbitrariedades.
Con números y letras, con palabras y códigos, con tablas y signos, se marcan a los individuos que caen bajo las garras del poder judicial. Con esos estigmas se asegura lo que no se puede confirmar por métodos de verdaderas concepciones objetivas. Y allí terminan o empiezan los padecimientos de los sujetos involucrados, valorados por sabiondos de academias o arreglos espúrios de bares y cafés.
En ese barro transcurre y se desarrollan los actuales manoseos jurídicos que tratan de enchastrar a los enemigos del Poder. Son con esos métodos y a través de esos oscuros personajes devenidos en jueces y fiscales de la Nación, que se actúa en nombre de leyes que se retuercen lo suficiente para lograr sus objetivos de acabar con los menores atisbos del valor “Justicia”.
No se contentan con derramar el ácido asesino sobre las letras protectoras de los derechos. No les basta decidir la muerte social de ciudadanos honestos con el único fin de prolongar la agonía de un sistema cuya corrupción se huele a poco de acercarse a él. Necesitan aplicar sus máximos rigores de eternos injustos, para eliminar del camino de la repetición permanente de sus daños materiales y morales, a los y las mejores de esta Patria descuajaringada.
Parece que ha llegado la hora de elaborar un nuevo cuadro de reglas y convenciones. Uno que tenga como centro al ser humano, su libertad y su honra. Uno cuyos números determinen el nivel de inserción en la sociedad, para impulsar su inclusión absoluta. Uno que ejerza el control sobre los pretendidos dueños de casi todo, hasta nivelar sus capacidades de presión sobre el resto de los ciudadanos. Uno que se atreva, por fin, a terminar con la injusticia de la “justicia”, desaloje a los prebendarios ocupantes de sus privilegios y comience a pasar por el corazón las razones que programen a este nuevo “baremo”, nacional y popular.

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