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Por
Roberto Marra
Hace
dieciseis años, la ciudad de Santa Fe fue prácticamente cubierta
por las aguas del Río Salado, producto de negligencias y desidias
varias de los gobernantes de entonces, a la cabeza de los cuales se
encontraba el actual senador Reutemann, por aquellos tiempos actuando
como supuesto “peronista” y hoy día desenmascarando su
oportunismo cambiemita, adhiriendo, con el poco fervor que lo
caracteriza, al virrey de los globos y las mentiras instalado en
Balcarce 50.
Década
y media después, no se puede asegurar que aquello no se podría
repetir. La profundización del daño ambiental en todo el territorio
provincial se ha multiplicado, provocado por la descarga en los
suelos de una bestial carga de agroquímicos para sostener el
monocultivo sojero, que solo sirven para enriquecer al mismo grupo de
poderosos que “sugieren” (y exijen) las políticas agrarias.
Una
buena cantidad de puentes han sido arrastrados y decena de kilómetros
de rutas averiadas o destruídas por las aguas desmadradas en sendas
inundaciones posteriores a aquella, a lo largo de la Provincia. Como
siempre, todas terminan en el triste final de barrios o pueblos
enteros sumergidos y centenares de familias perdiendo sus pobres
pertenencias por culpa de quienes debieron cuidarlos y prefirieron
asegurar sus miserables intereses. Todo bien oculto por los medios
cómplices, implicados en el robo del máximo valor que posee la
tierra: la posibilidad de su resiliencia (cuando se la sabe cuidar).
El
mal endémico es la avaricia de los poderosos, el egoismo repugnante
de quienes detentan las propiedades, que cargan con la imbecilidad de
no entender que el transcurso del tiempo solo les traerá peores
resultados, por perseguir, enloquecidos de codicia, la ganancia
inmediata, la elevación de sus cuentas bancarias a costa de la
destrucción de la “gallina de los huevos de oro” de un suelo
perforado para extraerle sus aguas, impermeabilizarlo y soñar con
que no llueva demasiado para continuar con la vejación a la
naturaleza para embolsar sus dólares malolientes.
Nada
se puede esperar de semejantes trogloditas, vulgares extractores de
riquezas ajenas, culpables absolutos de cuanta desgracia popular
exista, exportadores del agua convertida en granos que nos roban a
costa de la que dejan libres para que nos tapen cada vez que Natura
se enoja con sus desmanes.
Es
la raiz de nuestras pobres condiciones subdesarrolladas. Es la fuente
de la repetición de los errores a lo largo de la historia,
permitiendo el manejo de la mayor riqueza natural por parte de un
grupo de obsesionados con la riqueza (propia) y la dominación de
millones de idiotizados que creen que algún día podrán ser como
ellos. Es el destino preparado por el imperio para con nuestra
Nación, una simple factoría de granos y alimentos a costa de la
Pachamama baleada con glifosato.
No
hay alternativa posible, nos aseguran. No existen otras maneras de
obtener riquezas, expresan en ese idioma cancerígeno que mata la
conciencia de los dominados. Y allí vamos, sembrando muerte para
cosechar cadáveres, construyendo canales para derivar los excedentes
de aguas que no pueden penetrar el suelo, endicando pueblos y
ciudades en una pampa inmensa que todo lo posee, menos el
entendimiento con la naturaleza de sus oscuros gobernantes, miopes
conductores de un barco que se hundirá sin remedio en medio del
diluvio del final mil veces anunciado. A menos que sus pasajeros
decidan, por fin, tomar el timón, hechar por la borda las mentiras y
encaminar nuestra nave nacional hacia la firme tierra de la soberanía
popular.
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