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viernes, 18 de enero de 2019

EL INVENTO LAVAGNA

Imagen de "Perfil"
Por Roberto Marra
En política, los inventos de figuras atractivas para el electorado, son moneda corriente. Cuando se acercan las fechas de los votos, algunos especuladores que hacen vida dentro de los movimientos políticos y sociales de Argentina, comienzan a buscar con desesperación a quienes les puedan resultar captadores de voluntades de indecisos o dubitativos, ese porcentaje siempre en disputa de la sociedad, ese tercio con pretensiones “apolíticas”, generalmente comprador de cuanta propuesta negativa para las mayorías populares exista, método que (creen) les acerca a sus permanentes ilusiones de pequeños oligarcas sin cuentas en paraísos fiscales.
En ese marco, vuelve a aparecer por estos días la postulación de Roberto Lavagna, figurita repetida en estas lides pre-electorales de los últimos tiempos. Con las consabidas apelaciones a su “seriedad”, su supuesta capacidad de economista ubicado siempre en el medio de posiciones extremas, el relato hartante de su aparente súper-éxito durante su breve período al frente del Ministerio de Economía, estalló su postulación mediática a la presidencia de la Nación.
Los movimientos son los obvios: peroratas periodísticas alardeando sus bondades tecnocráticas, reuniones de opositores “naif” con el susodicho propuesto candidato para conformar extrañas alianzas de aguas con aceites, y encuestas encargadas de ex-profeso por los interesados, con ridículos escenarios de confrontación con la yeguariza nube negra que obnubila al Poder donde, ¡oh, casualidad!, el economista estrella mide cada vez mejor y se acerca a su “presa” tan deseada (tan deseada de que esté presa).
Cualquier cosa vale si de restarle votos al “populismo” tan temido se trata. Lo que sea harán los dueños de casi todo por conservar su dominio, cualquier alianza tejerán con tal de no ceder un milímetro (y un peso, que es lo que les importa) de su status quo. Y allí estarán los serviles comunicadores de verdades estrafalarias, metódicos vendedores de intrascendentes pero bien adornados discursos “opositores”, siempre deslizando dudas sobre las intenciones de quien les quita el sueño a los interesados de que algo cambie para que nada lo haga.
Números y barras sirven para asegurar el ascenso imparable de su figura estelarizada por los vende-humos televisivos. “Serias” empresas dedicadas al rubro de las encuestas, analizan fantasiosamente la importancia de este personaje puesto a gobernar una Nación sobre la que poco y nada ha dicho en los últimos tiempos, en medio de la peor crisis económica, financiera, productiva y social que se tenga memoria.
Relatores de la realidad que abundan sobre las tristezas y desgracias que nos atraviesan, se presentan cada día ante las pantallas para decirnos por qué sufrimos, qué padecemos y qué necesitamos. Son funcionarios que ejercen cargos a nombre de un Pueblo al que parecen considerar menos que inhábiles para pensar, al que le soban las espaldas para dejar caer después el nombre de algún candidato como el “súperstar” Lavagna o alguno más que para la ocasión les sea útil.
Cómplices del genocidio social que padecemos, renuevan sus falsedades con adornos de promesas de bienestares basados en sacrificios que no anuncian, pero que serán parte inevitable de sus sueños de gobiernos de imposibles caminos del medio. Son parte del sistema que el actual (des)gobierno ha instalado, donde los gerentes del Poder han realizado el trabajo sucio de intentar despejar la ruta hacia el fin del cuco “populista”, de manera de asegurar su predominio sin mayores sobresaltos que los muertos que necesitará ante las rebeliones de los hambrientos que genera.
Desde Colón a estos días, la compra de espejitos ha sido siempre un mal negocio para los sometidos. Con las formas que cada tiempo les dió, esos adornos de las miserias sufridas por las mayorías han logrado despejarles el camino a los poderosos para mantenernos a su merced. El invento de figuras intrascendentes pero llamativas es, por estos tiempos eleccionarios, la razón de la supervivencia de nuestros oscuros gobernantes y sus aliados difusos. ¿Será entonces nuestro destino, al decir del gran Moreno, “mudar de tirano sin destruir la tiranía”?

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