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miércoles, 12 de diciembre de 2018

LA SOCIEDAD QUEMADA

Imágen de "Periodista Digital"
Por Roberto Marra
Mariana se llamaba. Una más. Otra pequeña nota en los diarios. Alguna pantalla roja avisando su muerte con esa pátina de menosprecio que rondan los finales lógicos del abandono previo, de la miseria consumida bajo el fuego impuro de la pobreza sin salida, de la inexistencia eterna de protección alguna para los que nunca importan, salvo para engordar los bolsillos sucios de las asesinos ocultos detrás de las anteojeras de una sociedad drogada con el estupefaciente del odio al diferente y al que nada tiene.
Otro taller clandestino barrido por el fuego, mientras la miseria es enarbolada como éxito económico por los energúmenos que pretenden conducir la Nación, profusos difusores de fantasías financieras que encubren negociados corruptos y soberanías tiradas al basurero de la historia. Más vidas destrozadas para que las arcas de los vendepatria rebosen de billetes manchados del hollín de los muertos que no importan, porque nunca existieron de verdad, porque siempre fueron restos humanos solo útiles para coser y planchar hasta el fin de sus días.
Mueren vestidos con harapos, con retazos de las telas que trabajarán para que envuelvan cuerpos limpios y blancos, que jamás tendrán en cuenta el orígen mortal de sus engreimientos de mediopelos tardíos, especímenes sin patria ni conciencias, vulgares reproductores de sentidos comunes de infinitos desprecios.
Desaparecen sin dejar más rastros que el color negro del humo de sus cuerpos calcinados. Finalizan el mandato repugnante de un destino fabricado por los dueños de todo, hasta de sus pobrezas, para ser reemplazados después por otros y otras que esperan en la larga lista de desesperados sin trabajo, de los refugiados en puentes y aleros escarnecidos por tanto desdén, de los fantasmagóricos restos de una sociedad desmoralizada.
Van hilando sus propias muertes, madejando sus cortas existencias, agujereando los retazos de felicidades que nunca llegan, cortando finas telas fabricadas por otros sometidos de no se sabe que país del Mundo, cosiendo el final de esta loca carrera hacia la nada. Nacen y se crían sin otras certezas que carecer de ellas, sin más alegrías que saberse vivos al dormirse en los camastros sin cobijas donde, si tienen suerte, despertarán al otro día para recomenzar el ciclo de la vileza consumada.
En tiempos de paseos tribunalicios de capitostes empresariales, de negación de justicia para quienes se opongan a los designios de los amos imperiales y sus cipayos locales, cuando una sarta de ineptos está conduciendo los restos de la Nación desvalijada, las muertes cotidianas forman parte del “paisaje” del horror aceptado mansamente por millones de idiotizados preocupados solo por encontrar salvaciones personales.
Y los niños quemados, como tantas “sobras” humanas de la sociedad, serán olvidadas al instante, oscurecidas por los humos mediáticos, tapadas con otras mentiras inventadas para ensuciar las almas de los que quedan vivos, atrapados en la maldita telaraña del olvido permanente, hasta que alguna otra pantalla roja nos avise que ha muerto otra Mariana.

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