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viernes, 9 de noviembre de 2018

EL PODER Y LAS CONFUSIONES... DE CLASE

Imagen de "Canal Abierto"
Por Roberto Marra
Quien más, quien menos, la mayoría de los dirigentes empresariales se manejan con la hipocresía como elemento constitutivo de sus discursos. Sus declaraciones siempre están teñidas con esa base falaz que pretende hacer ver grados de comprensión de los padecimientos de los trabajadores, cuando se realizan encuentros destinados a solucionar conflictos o elaborar políticas que tengan que ver con reclamos gremiales.
Es que sus posicionamientos ideológicos resultan tan hirientes para con los padecimientos de sus empleados y la sociedad toda, que no podrían expresarse abiertamente sin ofender, incluso, la condición humana de quienes son, en definitiva, las víctimas primarias de sus desmanes económicos y enriquecimientos ultrajantes.
Resulta obvio que esto se da en los dirigentes de las grandes empresas, porque la relación de los pequeños industriales y comerciantes con sus empleados pocas veces necesita de tales hipocresías para sus conflictos de intereses, que resultan no tan distantes por los orígenes sociales de ambas partes.
Sin embargo, muchas veces más que lo deseado, algunos de estos pequeños empresarios suelen asumirse como integrantes de aquella elite de mandamases poderosos, tratando (tal vez) de “contagiarse” de las opulencias de ellos a costa de alejarse del trato basado en el respeto a la lógica de la equidad con sus trabajadores. Adoptan gestos y palabras que no les son propias ni representativas de sus reales capacidades económicas, pero que satisfacen sus pretenciones de pequeños oligarcas subdesarrollados.
La contraparte laboral, los asalariados, no escapan tampoco a esa tendencia de pretenderse más de lo que son, de tratar de elevar sus rangos sociales en base a mentirse sus propias pertenencias de clase. Es que no resulta sencillo escapar de los supuestos “valores” idealizados como virtuosos, gracias a un sistema propagandístico mediático que impone sentidos y anula la realidad.
En el mundo gremial, sobran los ejemplos de dirigentes que resultan aliados permanentes de los intereses de los patrones antes que de sus representados, merced a las prebendas obtenidas desde los poderosos empresarios que, por su lógica especulativa y voraz, prefieren pagar lacayos que les mantengan alejado el peligro de rebeliones perjudiciales para sus pantagruélicos beneficios.
Con todos estos antecedentes y relaciones entre sectores sociales de obvios intereses opuestos, no resulta extraño que el supra-poder, ese que oficia de “agujero negro” de la economía de nuestro País y que, con el gobierno en sus manos, está provocando la mayor debacle económica y financiera de nuestra historia, se aproveche de tales características de la sociedad y de los integrantes del sector productivo, para profundizar esas divisiones y antagonismos, pretendiendo alejar con ello el final que se vislumbra inexorable.
Dividir es el verbo preferido de cualquier poderoso encaramado en cargos dirigenciales. Desarmar pertenencias sociales es la base para alejar a los explotados de sus necesarias rebeliones. Anular entendimientos de los pequeños empresarios de sus reales capacidades económicas, es el método que les permite disolver la lógica de la colaboración mutua con sus empleados. Beneficiar a las grandes corporaciones (de la que, encima, forman parte) es el paso imprescindible para sostener la inequidad que conviene a sus rentabilidades.
No queda otro camino que barajar y dar de nuevo. Imposible pretender modificar las condiciones de los empobrecidos sin hacerlo con la base social que lo promueve. Ridículo intentar alternativas que no inviertan el sentido de acumulación y distribución desigual de la riqueza, que ofende la condición humana de las mayorías. Fatal sería no convocar a la comprensión de esta realidad miserable con el primordial objetivo de hacerla añicos, destrozando la fantasía idiota de pretender ser lo que no se puede ni se debe. Ofensivo con tantos sacrificados que ofrendaron sus vidas en el pasado, sería no intentar construir una Nación donde la Justicia Social deje de ser tan solo una utopía.

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