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jueves, 18 de octubre de 2018

LOS MISERABLES RICOS

Imagen de "Pressenza"
Por Roberto Marra
Hay que terminar con la pobreza”, repiten políticos y analistas, periodistas y opinadores televisivos. Es un slogan clásico para los tiempos electorales lo de la “lucha contra la pobreza”. Los mismos fabricantes de la miseria hacen alarde de sus “esfuerzos” para eliminarla, a través de sus delirantes planes de empobrecimiento que adornan con deseos falsos y propuestas de imposibles cumplimientos. No hay una sola persona que no asegure que hay que “erradicarla”, tal como si fuera un extranjero indeseable, otro estigma natural en estas sociedades deshumanizadas.
Muy pocos hablan de la contracara lógica y elemental de la pobreza: la riqueza. Menos todavía se atreven a mencionarla como la causa elemental de su existencia. Hay, por parte de un gran sector de la población, una especie de admiración clasista hacia los ricos, los que son tenidos como los “exitosos” en esta guerra no declarada, pero sentida, que es el capitalismo y, más aún, en su etapa financiera o neoliberal. Confundiendo deseos con posibilidad, meritocratizan los resultados de los planes de apoderamiento del resultado del trabajo de millones por parte de unos pocos, sin importar los resultados evidentes que la historia nos cuenta y con los cuales la realidad diaria nos atropella.
En realidad, la riqueza no es el problema, sino su distribución. Los ricos son el estigma de la humanidad, el muro de contención del desarrollo virtuoso, la grieta que delimita las esperanzas de la dignidad. Son ellos el problema, y su origen genocida, la razón de su continuidad. Las acumulaciones originarias de semejantes fortunas, siempre han sido producto del avasallamiento de millones de personas, que las historias oficiales se han encargado de ocultar para conveniencia de los poderosos con la perduración de semejantes ultrajes.
Los enriquecidos fueron construyendo no solo sus fortunas, sino los paradigmas que impusieron en las conciencias de los infortunados. Necesitaron de cómplices entre los mismos empobrecidos, fáciles de cooptar con prebendas que oficiaron de acicate para sus pretensiones de defensores de la elite de un Poder al que envidiaban. Ahí se han ubicado los periodistas genuflexos, los escribas de los explotadores, los capitanes de un ejército cuyo comando nunca entrega más que pedacitos de pequeños poderes, suficientes para encarnar en los miserables que los esgrimirán contra los indeseables (pero necesarios) explotados.
Los ricos aplastan con el peso de sus fortunas las dignidades de las mayorías. Generan esclavos de distintas magnitudes, pero siempre sometidos. Permiten avances tecnológicos porque saben de los beneficios para sus arcas sobredimensionadas. Promueven la ciencia, en tanto método para sostener sus continuidades eternas. “Democratizan” los gobiernos solo para seguir teniendo la sartén por el mango. Liberalizan algunas costumbres para satisfacer a las masas de impávidos consumidores de sus productos. Comercializan la vida y la muerte con el descaro de la impunidad que los protege.
Abajo, bien abajo de la sociedad, bulle la pobreza inducida por estos repugnantes seres que nada tienen de humanos. Se agigantan las necesidades y se multiplican las desesperanzas. Millones de personas no logran, aún con sus magnitudes, sentar las bases del cambio real, de la taba dada vuelta, de la miseria exterminada para siempre.
No alcanzaron los breves tiempos de bonanzas de gobiernos que intentaron achicar las brechas, soplos de grandeza humanitaria que crearon paradigmas honorables para los ninguneados de la historia. No fueron suficientes los tiempos, porque atropellaron nuevamente los poderosos dueños del Mundo, atravesaron la sociedad con sus espadas de miserias y generaron enconos entre hermanos de sufrimientos para asegurar sus poderíos.
No hay ninguna otra tarea más importante que encontrar el camino hacia el fin del enriquecimiento de los ricos. Ese y no otro, es el destino necesario para terminar con la pobreza. Tarea inmensa que solo pueden encarar los pueblos con convicciones elaboradas sin oscuros sectarismos, conducidos por la lealtad de los que no claudicaron nunca. Y transformando el lógico desprecio hacia los poderosos, en valentía ante el desafío de cambiarlo todo. De una vez y para siempre.

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