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lunes, 10 de septiembre de 2018

EL FUMIGADOR FUMIGADO

Imagen de "El Diario de Buenos Aires"
Por Roberto Marra
Hay siniestros y siniestrados. Hay ladrones y robados. Hay asesinos y asesinados. Hay estafadores y estafados. Y hay fumigadores fumigados. Son esas personas casi virtuales para sus patrones, simples herramientas de carne y hueso, vulgares y reemplazables piezas del aparato económico agrario, parias entrenados para producir riquezas de estancieros de poltronas capitalinas, reducidos a la ínfima condición de servidumbre mansa y obediente a cambio del mendrugo diario y a costa de sus propias vidas.
Fabián Tomasi era uno de ellos, uno de tantos explotados de estas pampas sometidas al rigor de la avaricia infinita de los herederos del genocidio indígena, esos alambradores deshonestos y furtivos de las tierras que jamás pudieron ser suyas por derecho. Un hombre sencillo, de esfuerzos generosos, de mansedumbre manifiesta, de necesidades cotidianas, crédulo sincero de las directivas de sus jefes, dispuesto al trabajo sin objeciones ni retaceos perezosos.
Ninguna advertencia sirvió para tanta angurria de los dueños de las tierras, y los venenos que manipulaba lo terminaron matando. El desprecio social a su máxima expresión, la vida en su mínimo aprecio. La desprotección conciente y decidida para ahorro de algunos míseros centavos en las cuentas de los miserables propietarios de destinos ajenos con pretensiones de “grandes empresarios”.
Son, además, los sostenedores agrarios de este gobierno de asaltantes, que hablan de “defender al campo” que matan cada día, miembros de una corta pero pesada lista de ladrones de vidas de peones y empleados, despreciativos y despreciables por donde se los mire y escuche. Son esa raza maldita de explotadores sin alma, belcebúes blancos que transitan sus vidas con objetivos de riquezas ilimitadas y siembran de cadáveres fumigados sus estancias.
Construyen un camino sin regreso, donde la muerte humana cotidiana es solo una muestra más de la destrucción de la propia tierra, en nombre de acumulaciones obscenas que solo se justifican desde sus obtusas incapacidades morales. Como burros tras las zanahorias, millones de ilusos de prosperidades imposibles aceptarán las falsas promesas de estos feudales del siglo XXI, tragando orgullos y comestibles contaminados, absorviendo venenos que aceleran sus destinos y coartan sus esperanzas.
Sostenedores de dictaduras y dictablandas, propietarios de ministerios y secretarías afines a su intereses, acompañados por gobernantes sumisos ante sus riquezas, nos conducen por la fuerza de sus poderes rumbo al cementerio del futuro, el final con penas y sin glorias, la triste muerte de los buenos y la amargura incontrastable de sus familias destruídas.
Imposible no rebelarse ante estos asesinos seriales de trajes y corbatas importados, apellidos lustrados a fuerza de sangre y sudores ajenos, apropiadores de almas honestas y generosas, incendiarios del infierno en la tierra, ese polvo envenenado que tragamos cada día para elevar sus finanzas y suicidarnos sin remedio.
No habrán de salvarse del castigo que merecen. No podrán huir de la Justicia que espera, algún día, renacer en la esperanza de un Pueblo empoderado. Habrán de tener su propio infierno, la condena infinita de sus condenados, el final de sus reinados oprobiosos, la ruina merecida de sus riquezas robadas, el miedo clásico de los cobardes que ven en los demás sus propias condiciones asesinas.
Pero solo se transformarán en los nuevos parias, señalados con millones de dedos condenatorios, contaminados de la bacteria de la derrota merecida. Y perecerán atormentados por las almas de sus asesinados, los fantasmas de la buena gente que llevaron al cadalso, simplemente, para ahorrarse un sucio puñado de billetes.

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