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miércoles, 22 de agosto de 2018

LA PERSEVERANCIA DE CHICHA

Imagen de "Cpm/banya08"
Por Roberto Marra
Hay perseverantes y... perseverantes. Los hay virtuosos insistentes en objetivos benévolos para toda la sociedad y también aquellos que solo persiguen dudosos fines que esconden detrás de una pesada cantidad de falsedades. Hay generosos obsequiantes de sus vidas en pos de noblezas solidarias, y están quienes solo miran el gigantesco ombligo de su pertenencia de clase. Hay hermosas personas que ofrendan sus vidas para redimir a la sociedad después de que ésta se sumergiera en las peores perversiones, y están las que tapan sus ojos y sus oídos para esconder sus complicidades en ellas y ofender a la humanidad con sus inútiles existencias.
Están aquellas como Chicha Mariani, “maratonista” incansable de la verdad y la justicia, al igual que tantas otras como Hebe, Tati, Estela, solo por nombrar las más visibles, que vienen enfrentando desde hace cuatro décadas a esa sarta de homínidos que creen ser humanos de verdad, pero que solo representan lo que nos queda de cavernícolas.
Esas “Chichas” son las auténticas hacedoras de eso que se denomina “Justicia”, un valor casi inalcanzable en su totalidad, pero a la cual orientaron sus empeños, con tal fuerza, que lograron doblarle el brazo a quienes se creen dueños del sistema burocrático que, se supone, es el encargado de administrarla.
Pero en la absurda Argentina de estos tiempos, sumergida en uno de los peores retrocesos económicos y sociales que se pudieran imaginar, las expresiones de justicia son poco menos que una entelequia de imposible realización. Son menos que eso: simples manifestaciones de revanchas de clase, oscuros manejos leguleyos para impedir la aparición de la verdad, sucios entramados de poderosos “juececillos” sin honra ni moral, dispuestos a transgredir leyes y constituciones para salvar el pellejo propio y la de sus mandantes oligárquicos.
Solo balas encuentran como respuestas los trabajadores que pretenden defender sus puestos y, con ellos, los últimos resabios de un Estado que se está esfumando detrás del humo de la metralla canalla de los imbéciles matones a quienes les pagamos sus armas y uniformes para que... nos maten. Solo gases que no hacen llorar tanto como la miseria incontenible de los planes maquiavélicos de destrucción de la Nación.
En otro lado, los directos descendientes de los cavernícolas, disfrazados de “ciudadanos honestos”, gritan desaforados sus asquerosas consignas de odios y rencores de setenta años, pretendiéndose superiores por rango divino, elegidos por orígenes de apellido y blancura de piel, empoderados por el mafioso al que defienden con el mismo ahínco que lo hacían con los torturadores y asesinos de otros tiempos. Ensucian las calles con las mugres invisibles de los desprecios a quienes usan para enriquecerse, ocultando sus evasiones de miles de millones al exterior, a esas cuevas fiscales que, no por casualidad, le llaman paraísos, porque para ellos sí lo son.
Persistentes son, también, esos falsos “sindicalistas” que se reúnen con representates del FMI para solicitarles “indulgencia” para con nuestro Pueblo, agachando las cabezas como los lacayos a sus reyes, mostrándose tan proclives a hacernos soportar (a nosotros) cuanta medida ordene el “Poder Supremo” mundial para “corregir” los “desvios” de sus mandatos por culpa de los gobiernos “populistas”, aceptando el horrible final al que nos está conduciendo el chocador de calesitas de la Rosada, mientras ellos siguen engordando (sus cuerpos y sus arcas).
Todos esos empeñosos hacedores de nuestras desgracias, cuentan con los perseverantes constructores de realidades virtuales a la medida de las necesidades del Poder que representan y constituyen. Los “medios” son esa otra pata elemental para evitar que se derrumbe este edificio oscuro y maloliente donde la vida ya es casi imposible, donde las leyes ya no son más que las de la selva, donde la miseria cotidiana ni siquera merece una tapa de sus diarios, siempre ocupadas por una sola y obsesionante palabra: Cristina.
Entonces es que tenemos que volver a Chicha y su obstinación por la Justicia. Es cuando hay que ser capaces de insistir, tanto o más que ella, en reconstruir una sociedad que la pretenden disgregada, un territorio que han decidido fragmentar, una Patria que están consumiendo en el fuego de un infierno al que nunca debimos haber entrado. Y continuar, ahora con más empeño que nunca, para mantener su espíritu indomable, su valentía inacabable, su búsqueda tenaz, para transformarla en la sonrisa feliz del reencuentro con la esperanza de una vida digna. Que para ella consistía, simplemente, en encontrar a su nieta.

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