Imagen de "The New York Time" |
Por
Roberto Marra
Definir
el tiempo ha sido objeto del desvelo de muchos a lo largo de la
historia de la humanidad. Cualquiera sea la definición que nos
aproxime más a lo absoluto de su concepto, tal vez lo que nos pueda
brindar ayuda para su comprensión, es considerar el tiempo subjetivo
y el objetivo, diferenciar el que sentimos del que vemos o, al menos,
entendemos que sucede aunque no lo veamos en realidad.
Santiago
Maldonado fue el centro de una historia que representa cabalmente a
esos instantes que paralizan el tiempo interior de cada uno de
quienes nos sentimos tocados por su drama, fruto de una serie de
hechos provocados por personas que no parecen serlo, involucrados que
no aparecen con claridad a la luz de la justicia, justicia que no
actúa con la transparencia que debió y debe, poderosos que jamás
muestran sus caras, al menos, las verdaderas.
La
acumulación de mentiras no hizo más que ahondar la parálisis
temporal que nos deviene de ese episodio letal, porque resulta
imposible no sentir algo de lo que suponemos sintió el propio
Santiago en aquel tiempo que nunca se nos terminó hasta ahora. El
desvio de la realidad realizado por estos pérfidos “filósofos”
de la muerte, trasladó las culpas a las víctimas, método infalible
para sostenerse en un limbo jurídico que les permite, injustamente,
hacer pasar el tiempo material para impedir el castigo que saben que
se merecen.
En
medio de las atroces impudicias de la ministra de (in)seguridad, con
el alimento diario de las peores alquimias “periodísticas” para
demostrar inocencias de los culpables y fatalidades que no
existieron, con la mugrosa actuación de jueces y fiscales
protectores de las bestialidades de los armados y sus mandantes,
seguimos esperando resultados reales de autopsias mal realizadas,
aparición de datos ocultos y determinación de una verdad escondida
bajo la sucia alfombra de un Poder que no ceja en su empeño
destructivo.
Santiago
no puede ser pasado, porque su presente se topó con desalmados que
cortaron de cuajo su futuro. Ese tajo en la historia de aquel
individuo, nos la cortó a todos quienes sentimos la Justicia como un
valor básico para el desarrollo de la vida. Contuvo nuestro aliento
hasta ahora y lo seguirá haciendo hasta revelarse la verdad, la
única, la auténtica, la que determine cada instante de aquel suceso
donde los implicados son parte de todas nuestras desgracias actuales,
y también del pasado.
Toda
la historia de nuestra sociedad está atravesada de hechos que nos
detuvieron en distintos tiempos. Algunos han sido, de alguna manera,
reparados o se están desarrollando procesos que lo permitirán, más
tarde o más temprano. Pero otros permanecen allí, encapsulados en
la memoria colectiva, frenando el desarrollo de la sociedad.
Siniestros mecanismos están siempre al acecho para volcar sus
decisiones a favor de los perversos, que elaboran tiempos circulares
para que los cambios solo sean espejismos visitados muy de vez en
cuando.
Pero
Santiago está allí. No es solo un recuerdo, no se trata simplemente
de un delito más, no se puede ver como el resultado de la conjunción
de aconteceres fortuitos. Es la manifestación más acabada de las
características de un enemigo social que tiene ya más de doscientos
años asesinando la Patria. Es la repugnante muestra del desapego a
la moral de los engreídos dueños del Poder. Y será, hasta conocer
con certeza el tiempo en el que terminó su vida, el dolor más
oscuro que impedirá resolver nuestro propio tiempo.
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