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Por
Roberto Marra
La
“vidalita” es un estilo
musical no bailable característico de nuestro folklore, en el cual
los versos suelen ser amorosos y alegres, pero acompañados de una
música triste. Tremenda similitud conceptual con la Vidal(a) que
ejecuta su “música” desde diciembre del 2015 en la Provincia de
Buenos Aires. Detrás de su pose de estudiada caracterización
angelical, palabras edulcoradas y permanentes promesas de alegrías,
se oye claramente, para quienes quieren escuchar, un triste sonido
(no tan musical) de una “orquesta” de asaltantes cuyos
instrumentos son la trampa y el ocultamiento.
La
“cifra” es otro género muy apetecido por esta orquesta de
creadores de realidades paralelas, cuya acumulación en las arcas
oscuras de cuentas nunca conocidas, suenan cada vez más reales para
los otros estafados, sus propios candidatos, ejecutantes de una
“milonga” de entreveros mafiosos y evasiones millonarias sin ser
parte de su “orquesta”.
Ahora
se la pasan de “payada” en “payada”, inventando versos que no
riman con los hechos y que, por lo repetidos, alejan cada vez más a
su “tropilla” de votantes, incrédula ante tantos “triunfos”
de dudosas épicas. Intentan continuar con sus engaños ejecutando
complacientes “valses” de cadencias futurísticas, postergando el
final irremediable con estribillos repetidos hasta la exasperación
de sus embaucados.
Para
acostumbrarnos a andar a los saltos (económicos), suelen tocar muy
seguido las “cuecas” de las tarifas, espectacular “baile”
donde casi nadie queda sin participar, salvo ellos mismos, claro.
Luego podrán continuar con la “tonada” del dólar, fetiche que
adoran tanto como al Dios Mercado, a quienes les rinden loas
permanentes, sumando a millones de embelesados feligreses de esa
mortal religión monetaria.
El
“carnavalito” de mentiras y promesas incumplidas es el más
tocado por estos instrumentistas de la falsedad. Suelen tocar las
“cajas” con mucha pasión, sobre todo la de los jubilados, esos
otros convidados de piedra al festín exclusivo de los cómplices del
Fondo, el verdadero director de esta orquesta de arrebatadores de
felicidades ajenas.
Al
ritmo de la “polca” y la “galopa”, se preparan para un final
de “rasguido doble” (¿o tal vez debiéramos decir “raje
doble”?. Jamás se permitirán tocar un “loncomeo”, música
maldita para estos odiosos ejecutantes, despreciativos de cualquier
signo de culturas ancestrales de los pueblos originarios. Nunca
ejecutarán una “chacarera”, para no tener que utilizar el odiado
bombo de sus paradigmáticos opositores.
Violín
en bolsa (más bien, stradivarius en paraísos fiscales), intentarán
huir cuando los bailarines logren descubrir la esencia grupal de la
música que nos robaron. Antes que lo hagan, sin embargo, deberemos
hacerles ejecutar el justo baile que compense tanto desatino
histórico, tanta vergüenza acumulada, tantos rencores exaltados. Y
entonces sí, será nuestra propia “orquesta” de instrumentos
populares y el coro afinado de voces unitarias, el que al fin nos
haga bailar al ritmo de los sueños postergados.
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