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Hace
cien años, el “Centauro del Norte”, más conocido como Pancho
Villa, se había convertido en el paradigma de un México que ya
mostraba las características del avasallamiento que los poderosos de
entonces, tal como los actuales, pretendían ejercer sobre el Pueblo
heredero de los diezmados aztecas. Su figura, al igual que la de su
símil sureño, Emiliano Zapata, se transformaron entonces en
símbolo, no ya solo de una época, sino de una idiosincracia
mexicana que perdura hasta nuestros días.
Parodiados
hasta el hartazgo por la maquinaria hollywodense, sus trascendencias
lograron, a pesar de eso, traspasar las barreras del tiempo y las
geografías, siendo adoptados por las mayorías de los pueblos
americanos como otros de sus tantos héroes nacionales, sobre todo
ser quienes desnudaron al imperio yanqui en sus pretensiones
expansionistas, las que nunca cesaron desde su mismo nacimiento.
Ahora,
después de décadas de vendepatrias empresariales al mando de la
marea neoliberal que parecía que nunca bajaría, México se asoma a
una nueva oportunidad de recuperar su orgullo perdido después de los
asesinatos de aquellos grandes líderes populares de un siglo atrás.
Ahora parece ser el tiempo donde se comience a torcer el rumbo de
empobrecimiento y muerte naturalizada que viene recorriendo toda su
geografía, convertida en reducto de los negocios mafiosos del
narcotráfico y sede de una corrupción institucionalizada que los
“amos del norte” impusieron para facilitar su dominio.
AMLO
es la sigla que sedujo a los mexicanos. Más parecida a una marca de
camiones que al apodo de un hombre, o tal vez por eso mismo, el
perseverante López Obrador logró avanzar con una fuerza inusitada
hasta lo que parecía imposible hasta no hace demasiado. Su victoria,
en medio de la clásica parafernalia mediática donde la mentira es
la reina y el fraude el rey, hace más grande al Pueblo que lo
eligió. Pero la llegada al poder gubernamental, sin embargo, solo
será el comienzo de una lucha mucho más dura y compleja, donde
arreciarán las mismas falsías y se elevarán los ataques
despiadados para impedir la aplicación de su programa de
recuperación social.
La
violencia que atraviesa a esa sociedad empobrecida, se ha convertido
además en una de las más peligrosas forma de dominación: la del
miedo. Narcos, paramilitares, fuerzas armadas, grupos de civiles
pretendiendo defenderse de semejantes perversiones, han conformado un
cóctel de ferocidades que vienen provocando decenas de miles de
víctimas. Desapariciones, femicidios, atrocidades ilimitadas
diarias, periodistas muertos por difundir la verdad, candidatos
asesinados para impedir sus triunfos locales, todo estuvo siempre al
servicio de asegurar el apoderamiento de las enormes riquezas que
México posee.
Ahora
comienza un nuevo período, tal vez otro “cambio de época”, como
aquel que empujaran los presidentes latinoamericanos de principios de
este siglo XXI. Pero los dueños del Mundo no se resignarán tan
facilmente. Habrá de ser con mucho más esfuerzo y voluntad que la
ilusión se pueda convertir en realidad. Será con la multiplicación
de la firmeza moral y material que los nuevos pasos se transformen en
cimientos de una realidad distinta para los mexicanos.
Y
será con el correlato del aliento que el resto de los pueblos
sometidos de Nuestra América le de a este nuevo vuelo que Villa y
Zapata comenzaron hace más de un siglo. Fallaron tal vez en muchas
cosas, pero jamás en la certeza de una emancipación que sobrevuela
desde entonces los corazones esperanzados de una Patria que ahora
podría llegar empezar a ser tan Grande como la soñaron aquellos
épicos Quijotes de grandes sombreros y enormes bigotes, dignos
sucesores de quienes hace doscientos años plantaron la semilla de
una libertad que no termina de germinar.
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