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jueves, 7 de junio de 2018

MENDRUGOS

Imagen de "portalinformacion.com"

Por Roberto Marra
Una población de mendigos. Eso es lo que se está construyendo. Hacia ese destino caminamos, aplastados con la carga de las miserias acumuladas (de las materiales y de las otras). Azotados por el látigo invisible de la pobreza extrema, condenados a andar de rodillas para sobrevivir, transformados en un ejército de indigentes con la súplica como única arma, desandamos los prodigios alcanzados como Pueblo empoderado hasta no hace mucho, para terminar estirando los brazos para recibir la dádiva de un mendrugo.
Como en una novela del genial Dickens, centenares de niños pordioseros andan como fantasmas de lo que pudieron ser, rogando monedas, limpiando los cristales del desprecio sobre ruedas, convertidos en solitarios reductos de tristezas infinitas y deseos tan sencillos como ser solo eso, niños. Sus padres no le van en zaga a sus desgracias, como originarios portadores del estigma limosnero que los perseguirá para siempre.
Hombres acostumbrados al rigor de las madrugadas para abrir su taller o su comercio, esperando felices la llegada de los clientes-amigos que le proporcionaban el pan de cada día, ahora tiritan en la cola de la entrega asqueante del alimento dadivoso como único recurso para mantener con vida a sus familias. Obreros y obreras de alegres retornos a los hogares de cocinas calientes y manjares populares, ahora caminan con las cabezas agachadas frente a la ruina de la vergüenza alimentaria.
Por las calles transitan veloces los que todavía no cayeron en el vacío existencial de los que ya casi nada tienen. Algunos pasan altivos y soberbios, creyendo formar parte del montón de apátridas que originaron el horror social que no quieren ver. Otros lo hacen desesperados, viendo cada vez más cerca el final de sus días de gloria consumista, apretados entre las exigencias de los gerentes de los bancos y el status que se resisten a perder.
No demasiado lejos (pero muy alejados de los sufrimientos), los ganadores de siempre continúan elaborando planes de destrucción masiva del bienestar popular. Traman nuevas y contundentes medidas para “combatir la pobreza”, con la compra de pertrechos para apalear a los pobres que pudieran rebelarse por tanta injusticia.
Sus intereses están bien custodiados por la maquinaria mediática de convencer incautos, fabricante de odios y rencores, delirante mecanismo generador de caceroleos republicanistas y extorsiones a jueces amorales, asegurando dictámenes encarceladores y oscurecimiento de la realidad, envuelta en una telaraña caprichosa de interpretaciones ilegales.
Volvamos a los brazos estirados para recibir el pan. Regresemos a la vergüenza de la pobreza convertida en paradigma de una sociedad ciega. Ubiquémonos ante la mirada desesperada de quien perdió todo, hasta su orgullo, por el capricho estúpido de millones de distraídos con las lucecitas brillantes de las promesas vacías, que una y otra vez les pusieron ante sus ojos que siguen sin ver.
He allí el orígen vergonzante de tanto dolor popular, de tanto camino desandado, de semejante abandono de la razón. Las culpas siempre estarán en los malditos reproductores de pobrezas y miserias para su propios beneficios y los de sus imperios amados. Pero las responsabilidades corren también por cuenta de aquellos que se negaron a aceptar que la dignidad de un Pueblo es algo demasiado importante para dejarla en manos de una repetida, peligrosa y camuflada banda de saqueadores de nuestra historia. Y de nuestros panes.

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