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miércoles, 2 de mayo de 2018

CÓMPLICES DE UNA VIEJA COSTUMBRE

Imagen de "ADN"
Por Roberto Marra

Hace 132 años, en el “país de la libertad”, decidieron darles una lección a los temerarios obreros que, pretendiendo acercarse a ser un poquito menos esclavos, se atrevieron a pedir algo tan sencillo y lógico como las famosas 8 horas de trabajo. El Poder necesitaba cortar de cuajo esa pretensión de ser personas por parte de esos subvertidos del sistema, dándoles una lección que los atemorizara para emprender futuras andanzas reivindicativas. La “justicia” actuó como suele hacerlo en estos casos, expeditiva ante los débiles y solícita frente a los poderosos.
Como siempre suele suceder, la fuerza de los hechos va construyendo caminos que terminan por concretar lo que antes parecía imposible. Pero el Poder se reserva siempre la última palabra, “otorgando” esos derechos tan reclamados cuando ya no puede sostener el anterior status quo, pasando a aparentes mejorías que solo son pequeñas mermas en sus hegemonías.
Un elemento se presentó, a lo largo de la historia, como imprescindible para el éxito que logran siempre los dueños de las riquezas: la división de los oprimidos. Cuando todo parece dirigido a eclosionar en la unidad, valiéndose de las miserias de muchos dirigentes, logran fraccionar la voluntad mayoritaria de la fuerza incontenible de tantos trabajadores, dividiendo los movimientos masivos en parcelas minoritarias separadas por enconos tan falsos como improductivos.
También hoy en día, por esta lejana esquina del Planeta, los poderosos tienen de su lado a los serviles a sueldo en el ámbito sindical. Eso, de por sí deplorable, no es más dramático que aquellas expresiones sectarias de algunos partícipes de esa conjunción que vulgarmente se autonombra como “la izquierda”, constituída por buena cantidad de militantes honestamente luchadores y capaces, pero conducidos por líderes más interesados en demostrar superioridades intelectuales que en obtener avances hacia esa sociedad por la que dicen estar empeñados.
Poco proclives a aceptar la necesidad de una unidad que ya se hace más que imprescindible ante las inequidades soportadas, sus esfuerzos discursivos van siempre direccionados a la denostación de los que consideran sus rivales ideológicos fundamentales que, aunque parezca absurdo, no son los que matan de hambre, destruyen la economía, la salud, la educación y el desarrollo. El mayor esfuerzo lo ponen en denostar a los líderes del movimiento peronista, exacerbando los errores cometidos por éstos en el ejercicio del Gobierno e ignorando los enormes avances logrados cuando las bases ideológicas originales de ese movimiento se aplicó.
No solo son los grupos de esa izquierda los que se alejan de la construcción de la imprescindible mayoría. También colaboran los socios del poder disfrazados de líderes “populares” dentro de lo que se generaliza como “peronismo”. Traidorzuelos de poca monta, simpatizantes del neoliberalismo con toques populacheros, visitantes asiduos de “la embajada” y otros personajes por el estilo, alimentan el basural de las mentiras con sus propias diatribas contra los líderes que no soportan, por la impotencia de saberse tan por debajo de sus capacidades.
Después de 132 años, el espíritu de los que colgaron a los Mártires de Chicago parece haberse apoderado de la Casa Rosada. También de los Tribunales, donde se aplastan los derechos que debieran ser protegidos más que en cualquier otro sitio. Avanzan como langostas tragándose el producto de una larga historia de sacrificios populares y placeres reservados a los herederos eternos del trastocado orígen nacional.
Y mientras acumulan sin vergüenzas sus fortunas “of shore”, observan extasiados como muchos de quienes dicen pretender conducirnos al final de tantas desgracias, solo trabajan para demostrar quien es más “revolucionario” (de palabra), ofendiendo la memoria de quienes sí lo fueron y convirtiéndose en cómplices, voluntarios o nó, de la vieja costumbre oligárquica de dividir para reinar.

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