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lunes, 30 de abril de 2018

EL ODIO INEXPLICABLE

Imagen de "La Nación"
Por Roberto Marra

Supongamos que usted fue abandonado por sus progenitores al nacer. Supongamos que alguien lo recoge, lo alimenta, atiende su salud, lo educa. Más tarde le brinda la posibilidad de trabajar, de formar una familia propia, asegurando también los mismos beneficios que le fueron otorgados a usted, pero mejorados. Además, le otorga el acceso a créditos para comprar su vivienda y su auto, lo premia con vacaciones anuales y le asegura un camino hacia una jubilación digna. Entonces, como extraña recompensa hacia semejantes actos de solidaridad para sacarlo de su abandono originario, a usted no se le ocurre otra cosa que pedir ¡la cárcel! para su benefactor.
¿Qué recóndito sector de su cerebro lo hace actuar así? ¿Cuál es la razón que lo impulsa a odiar a quien tanto lo ayudó? ¿Cómo puede haber convertido tanto amor en semejante odio incomprensible?
Son preguntas aplicables perfectamente a los millones de beneficiados durante el Gobierno Popular que antecedió al del ultrajante presente, que recibieron tanto o más que esa breve descripción personalizada del comienzo. Son las dudas inexplicables generadas por quienes le tienden una trampa que usted pisa con la satisfacción propia de los ignorantes, aun sin serlo. Es el gusto indefendible por ser lo que no será nunca, por formar parte de colectivos que lo desprecian, pero lo utilizan para su propia futura desgracia.
Después de un tiempo, avanzado el proceso de degradación que sus ídolos del barro politiquero han preparado para “robarse todo”, pero esta vez, de verdad, usted se negara a reconocer su error, con la repetida falsía de que “son todos iguales”. Sin admitir jamás la imposibilidad fáctica del “robo de un presupuesto”, sin reconocer uno solo de los logros como originados en quienes tomaron decisiones que los hicieron posibles, sin aceptar nunca la debilidad de haber recibido las mentiras mediáticas como verdades absolutas, usted saldrá a protestar por los aumentos de las tarifas, simple punta del iceberg de las desgracias que le deparan los viejos salvadores de la patria... financiera.
El culto a la zanahoria debiera ser convertido en religión. El absurdo paganismo de seguir ideas insensatas, basadas solo en las miserables pretensiones hegemónicas de los poderosos de siempre, lo ha convertido en eso que se suele llamar “carne de cañón”. Un cañón desvencijado que regresa para escupirlo cada vez con más fuerza de un sistema que nunca lo contendrá, porque está hecho para expulsarlo.
Ahora, otra vez desamparado, en la calle del destino fatal del que fuera rescatado por aquellos solidarios que tanto detesta, ahora grita sus pobrezas y sus miedos ante la mismas cámaras que antes lo tuvieron delante exigiendo la cárcel para quien lo cobijó. Con la brutalidad propia de quien teme tanto a lo desconocido que prefiere odiarlo, no ve que, en realidad, está frente a la repetición de aquel pasado que lo abandonó en la puerta de una esperanza que nunca comprendió.

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