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lunes, 11 de diciembre de 2017

MIRADAS VIOLENTAS

Imagen de "La Izquierda Diario"
Por Roberto Marra

Las miradas siempre dicen mucho. Las no-miradas, también. Esas expresiones de ausencia de la realidad que circunda a un individuo, esos ojos perdidos en algún punto imposible de referenciar por quien observa al mirador en cuestión, hablan de la imposibilidad de saber que ven, los que no miran.
Esas son las expresiones de los miembros de las “fuerzas de seguridad”, absurda denominación de los cuerpos militarizados supuestamente a cargo de otorgarnos ese bien casi insondable que es la famosa “seguridad”. Esas son las miradas vacías cuando se enfrentan a los manifestantes, los reclamantes de cualquier derecho que, se supone, esas fuerzas armadas debieran custodiar.
Pero no. Su misión ha sido cambiada, al punto de dar vuelta el sentido mismo de sus existencias como fuerzas disuasorias de delitos, transformadas ahora, al igual que tantas veces en nuestra historia, en custodios de las aberraciones sociales a las que se someten a los más débiles integrantes del Pueblo.
Ya no son hombres y mujeres, sino simples herramientas del Poder, robots de carne y hueso que cargan sin vergüenza sobre cualquier ser humano que se atreva a ejercer el más moral de los derechos, el de la protesta por sus pérdidas. Brazos y piernas, tronco y cabeza, no forman parte de seres vivos, sino de simples adminículos con capacidades únicas: las de violentar la integridad de los atrevidos reclamantes.
Las imágenes suelen ser lapidarias demostraciones de estas características deshumanizadas de los uniformados. No hay ruegos ni argumentos que frenen sus ímpetus golpeadores. No hay escudo de razonamientos contra las balas disparadas sin tapujos contra los que huyen del terror de sus no-miradas.
Los cuerpos de seguridad, las fuerzas armadas en general son, por definición, necesariamente verticalistas. Mandar y obedecer es la consigna. Por lo que, a mayor perversión de los superiores, mayores atrocidades desatadas por los subordinados, preparados en escuelas donde el respeto a la vida ajena parece no formar parte de ninguna de sus materias. No podrían hacerlo, cuando no se respetan a sí mismos, degradándose hasta olvidar sus orígenes, tan pobres como los de quienes combaten a sangre y fuego.
Y ahí están, en cada manifestación popular, en cada acto de rebelión social contra injusticias tan evidentes como la desesperación de sus participantes, con los ojos perdidos en un punto indescifrable de un horizonte inexistente, viendo solo bultos golpeables y masacrables frente a ellos. No se atreverán nunca a mirar a los ojos a quienes les inquieren razones para sus golpes y sus balas, porque su misión no es comprender la realidad. Solo eliminarla.

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