Imagen de "Contrainjerencia" |
Entre
el odio y el amor se han desenvuelto siempre las relaciones de
nuestro País con Estados Unidos. Odio popular a sus gobiernos
imperiales y amor corporativo de los poderosos locales a la “madre
patria” financiera que los han sustentado a lo largo de la
historia. Esa relación pendular, de acuerdo a la orientación de los
gobiernos de turno, se dirige ahora hacia el más procaz de sus
extremos, con la intención de dar via libre a la presencia de sus
tropas en nuestro territorio.
Con
la desvergüenza a flor de piel, los senadores de la Nación han
aprobado esa injerencia inconstitucional con solo dos (dignos) votos
negativos. Lo que da la idea del poder que el ejecutivo posee sobre
muchos de los integrantes del cuerpo y la poca voluntad de plantear
alternativas del resto, que ni siquiera estuvo presente para
oponerse.
Con
esta actitud de tan baja calidad institucional, estamos descendiendo
otra vuelta en la espiral interminable de la pérdida de soberanía,
que ya no parece importarle a mucha gente. Las ambiciones miserables,
por cargos que les quedan muy grandes a sus bajos espíritus,
convierten al Senado en un virtual apéndice de la Rosada, con las
honrosas excepciones que siempre existen, pero no conforman mayoría.
No
acatar las leyes parece ser un deporte nacional. Incluso negar la
Constitución, si ésta les resulta molesta para concretar sus
planes. Pasar por encima de ella no producen las reacciones que
debieran esperarse, ni por los representantes amenazados con
desenmascararles sus pasados sucios, ni por los representados,
entretenidos con comedias de enredos judiciales que diariamente
corrompen al otro poder del Estado.
Las
mentiras suelen taparse con otras mentiras, por lo que es muy difícil
desentrañar ante la sociedad la realidad de esta invasión
silenciosa, que la golpeará tarde o temprano, como sucedió en los
atentados de la década de los '90, con repercusiones que todavía
nos sacuden.
Parece
inútil hablar de soberanía e independencia en estos tiempos, donde
han atrapado a las mayorías con mugrosas alegorías de falsos
pasados y pasatiempos televisivos para enajenados. Esos títeres de
hilos mediáticos, aplaudidores rabiosos de desfiles de tropas
extranjeras, habrán de ser la carne de cañón necesaria para
expandir el poder imperial que, muy tarde, habrán de descubrir como
inexorable. Solo queda la esperanza en quienes todavía conservan la
noción de Patria, para impedir tanta miseria moral convertida en
paradigma de una Nación sin futuro.
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