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lunes, 30 de octubre de 2017

EL TREN DE LA MISERIA

Imagen de "Revista Bifurcaciones"
Por Roberto Marra

Según los últimos números expuestos por el (ahora alabado y antes defenestrado) Indec, se registró una baja en el índice de pobreza. Las cifras del 2016 habian sido infladas, al igual que se lo hizo con las del 2015, por la “sutil” utilización de una metodología falseadora de la realidad por parte de mediciones privadas. Sin embargo, los valores sobre la indigencia, la extrema pobreza, la que no permite ni siquiera alcanzar a cubrir las necesidades alimenticias, no ha podido ser ocultada ni con las clásicas maniobras distractivas de estos estadísticos oficiales.
La realidad doliente de la miseria estalla ahora con cifras en la cara de la sociedad pero, contrariamente a lo que uno pudiera imaginar, no existe una reacción equivalente a tanta inmoralidad.
Por el contrario, ante el apriete del acelerador hambreador del gobierno nacional, la mayoría de la población prefirió ignorar sus resultados, postergar sus análisis y aceptar las ideas de futuros prósperos, otorgándole más tiempo para profundizar los resultados que ya se vislumbran con estos números de la miseria en aumento.
El viejo cuento de sufrir ahora para gozar despues, ha sido impuesto nuevamente. El concepto más humanitario, más solidario, de una distribución equitativa de las riquezas generadas por toda la población, ha sido congelado. Parece “de modé” hablar de igualdad de oportunidades. Parece ridículo pretender crear condiciones de inclusión social hacia quienes menos tienen.
¡Que se arreglen!”, gritan desaforados los pretendidos “nuevos ricos”, esos miserables de espíritu con un poco más de fortuna, hasta que el Poder ya no los necesite. “Están así porque quieren”, dicen estos inútiles mentales, creyéndose intelectuales de la pobreza, analistas obscenos de sus vecinos desarrapados.
Pero la miseria es como un tren, que sigue subiendo pasajeros en las estaciones de las fábricas cerradas y los comercios de persianas caídas. Lo arrastra una poderosa máquina de destrucción masiva, cuyo combustible es la brutalidad desesperante del hambre.
Cuando sus vagones estén tan abarrotados de indigentes que la locomotora de las mentiras ya no pueda arrastrarlo, despues de haber matado las ilusiones de los inocentes y alimentado los odios de los ignorantes, solo los propios pasajeros de este tren imaginario podrán reconstruir el horizonte de justicia social que tantas veces se intentó alcanzar, para emerger sobre las cenizas de una Nación aplastada por estos perversos “pastores” del diabólico “evangelio” de la miseria.

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