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viernes, 8 de septiembre de 2017

EL ORÍGEN DE LOS VIENTOS

Imagen "Univisión"
Por Roberto Marra

Un huracán, sin precedentes en su magnitud, está arrasando el Caribe. La fuerza de la naturaleza, expresada en su máxima dimensión, no encuentra resistencia posible por parte de los habitantes de esas islas paradisíacas, donde pareciera que nunca se podría ser infeliz. Pero ahí están esos vientos, tan veloces como un Fórmula Uno, para recordarnos a los humanos que solo somos una parte de un todo que no nos pertenece en forma absoluta y al que, con irreverencia y desprecio, se le polucionan sus entrañas y su atmósfera hasta generar estas reacciones incontrolables de la Madre Tierra.
Causa fundante de estos desastres ambientales es la codicia insaciable de los dueños del Mundo económico y financiero. Anteponiendo sus intereses a los del resto de la humanidad, han ido generando, a lo largo de la historia, una fantasía consumista irreverente con la naturaleza. A través de sus medios de comunicación, han convencido de necesidades que no son tales y de futuros que nunca llegarán.
Los pueblos del Mundo adhieren a las quimeras almibaradas de vidas que nunca vivirán, mientras observan en las pantallas las de quienes sí gozan de los privilegios que soñarán como propios, al tiempo que colaboran en la ruina del suelo que habitan y el aire que respiran.
Es a costa de las vidas de esos millones de desarrapados ilusionados que se construye la paradoja destructiva de un progreso que genera retrocesos periódicos, sistemática forma de mantenernos siempre en el mismo sitio de degradación y miseria.
Claro que no son necesarios los huracanes para arrasar con lo construído. Basta con la decisión de algunos pocos poderosos y el acompañamiento de lacayos sin escrúpulos ni ideologías. Argentina lo sabe. Su historía está atravesada por cataclismos económicos que no han dejado nada en pie. Sus habitantes han sentido, repetidamente, el soplo incontrolable de los vientos del empobrecimiento y la exclusión.
Tal como con los huracanes del Caribe, se suceden unas tras otras estas tragedias, en las temporadas en que determinadas fuerzas se apoderan de las instituciones. A la misma velocidad que aquellos, se harán de todo lo que puedan, dejando para un interminable después, el pago que las mayorías perdedoras habrán de saldar con esfuerzos que, absurdamente, solo servirán para preparar el camino del siguiente vendaval.

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