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lunes, 14 de agosto de 2017

LA PORFIADA LUCHA POR LA ESPERANZA

Imagen de "Genial"
Por Roberto Marra

Hay muchos que solo conciben las victorias. Hay algunos que no aceptan la realidad, aunque les pase por encima. Pero habemos otros, los porfiados, los tozudos, los convencidos, los que investigamos, los que vemos los dolores ajenos, los que sentimos como propias las pérdidas de derechos de otros, los que analizamos el presente escudriñando el pasado pero con un pie en el futuro.
Eso somos y seremos siempre, por voluntad y conocimiento, por necesidad de hacer lo que otros no hacen, por impulso de nuestra propia historia y de nuestra inserción en una sociedad que entendemos injusta. Nos importa de verdad la falta de pan y trabajo, nos duele sin falsedad la desnutrición y la ignorancia, nos hace temblar de bronca la miseria aceptada como normal en un País de riquezas incomensurables.
Entonces, la incongruencia de los pobres votando a los ricos, duele. Nos genera decepción y desazón. Nos arrastra a las preguntas cuyas respuestas es inútil tratar de responder hoy, con el soplo todavía caliente de la pírrica victoria del Poder Real sobre las cabezas lavadas por tanta falacia enarbolada como bandera de lo que nunca será verdad, porque nace de una profunda mentira retorcida y cruel.
Pero ahí están los que se sienten partícipes de victorias ajenas, festejando goles del cuadro contrario, insultando a gritos a sus defensores, arrojando lodo sobre verdades de a puño, desmereciendo valentías ajenas y admirando con devoción a sus verdugos. Ahí los vemos saltando alegrias que no podrán sentir en poco tiempo, o que ya no sienten pero no quieren admitir.
Es la cultura del odio irrazonable, del desprecio a lo que se teme ser, del abandono de lo solidario en nombre del sálvese quien pueda. Detrás de la andanada de putrefactas medidas económicas, tan viejas como probadamente letales para la vida de nuestro Pueblo, se acercan otras tremendas desgracias que serán inexorables. No es premonición. Es certeza avalada por la historia reciente y lejana.
Pero aquí estamos y estaremos los porfiados, como hasta ahora, intentando abrir las conciencias de los individuos aislados, para hacerlos parte de una sociedad. Ahí asentaremos otra vez nuestros fundamentos, los que no se abandonan por pequeños ni grandes tropiezos. Porque la vida es lucha, y la lucha, el alimento espiritual para transformar los sueños ancestrales en cálida esperanza de una vida con justicia social.

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