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lunes, 8 de mayo de 2017

LA INDIFERENCIA

Imagen de ACI Prensa
Por Roberto Marra
La indiferencia es hija del desprecio y madre del abandono. Se manifiesta a cada paso, en cualquier  momento, en todos los ámbitos. Abarca al Mundo entero y deviene de toda la historia social del ser humano. Atraviesa todas las edades y clases sociales y forma parte, a veces, de la idiosincrasia de todo un Pueblo.
Hay quienes son indiferentes y gozan con ello, con un grado de perversión que los transforma en exponentes claros de las peores miserias humanas. Están aquellos cuyas actitudes de indiferencia se manifiestan casi como parte de sus personalidades egocéntricas, abstraídas en un individualismo acérrimo del que parecen no poder escapar.

Del otro lado de los indiferentes, están los que sufren sus consecuencias. Son los sujetos que soportan sobre ellos sensaciones de abatimiento, escarnio, menosprecio y segregación, que terminan traduciéndose en un sentimiento de abandono por parte de la sociedad de la que, a pesar de todo, se sienten parte.
Sin importar el nivel cultural al que hayan accedido, los indiferentes les harán sentir a los demás la inutilidad de sus presencias en este Mundo. Estos indolentes personajes siempre se arrogarán saberes y poderes que exhibirán como manifestaciones de superioridades inexistentes, porque los indiferentes son, indispensablemente, soberbios.
La política atraviesa todas las manifestaciones humanas. Y ahí encontramos los principales exponentes de estos sentimientos despreciables, blandiendo con particular fervor esta arma antisocial, sumiendo a miles o millones de personas en esos menoscabos segregacionistas, como parte de una construcción de poder personal y de clase, que les hará posible un dominio extendido para satisfacción de sus pedantes mentalidades.
Aún en los más básicos sitios de militancia política y social pueden encontrarse indiferentes. Incluso asumiendo discursos plenos de llamados a la unidad y la solidaridad, dejan caer, cada tanto, esas máscaras de falsa impostación fraternal, para hacerles notar a sus interlocutores que, no solo no los consideran sus iguales, sino que no les importan nada.
Construir una sociedad solidaria demandará sujetos con verdadero interés en los otros, con pasión por lo colectivo, con entusiasmo por compartir, con admiración hacia las capacidades ajenas y desprendimiento de las vanidades propias. Y necesitará, indispensablemente, alejar de la conducción de tales procesos virtuosos, a los necios y arrogantes dueños de la maldita indiferencia.

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