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martes, 9 de mayo de 2017

LA DEMOCRACIA

Imagen de homonosapiens.es
Por Roberto Marra

Desde chicos aprendemos el significado de la palabra democracia. Que se originó en la unión de los vocablos “demos” y “kratos”, que es el gobierno del Pueblo mediante la participación directa o indirecta, que nació en Atenas, que en realidad no todos los integrantes del Pueblo ateniense podían participar, y otros detalles por el estilo.
La historia nos legó esta forma organizativa de los Estados, mostrándola como una forma de convivencia social en la que todos sus miembros son libres e iguales y las relaciones sociales se establecen de acuerdo a mecanismos contractuales establecidos por decisión de las mayorías. Claro que no todo es tan sencillo, ni tan lineal.
Aquellos mecanismos contractuales, supuestamente establecidos por decisión de las mayorías (y aun cuando así hubiera sido), terminan por convertirse en herramientas de quienes se fueron adueñando de los principales resortes de la economía, con el único objetivo de profundizar sus dominios y elevar sus poderíos. Atravesada por esas relaciones de poder, estas formas organizativas de las sociedades terminan por conformar individuos no tan libres y mucho menos iguales que los soñados por los diccionarios.
Ha pasado mucha agua bajo el puente de la historia, produciendo nuevas formas de empoderamientos que fluctúan pendularmente entre las mayorías populares y las obstinadas minorías aristocráticas. Los oscuros entrecruzamientos entre los dueños del Poder económico y algunos arrogados representantes del Pueblo, han generado otra derivación del significado de la democracia, donde se diluye, casi hasta desaparecer, la relación entre las necesidades populares y las decisiones de sus delegados.
Aquí es el momento cuando uno se termina preguntando ¿qué es entonces la democracia? Lo que debiera ser, su antigua definición lo manifiesta. En qué se ha convertido, los padecimientos presentes lo aclaran a la perfección. Qué desearíamos que fuese, podría dilucidarse, tal vez, por los postulados de las organizaciones políticas populares.
Al fin, nuestra conciencia, atravesada por el aprendizaje permanente de una tradición que construimos a diario, nos terminará mostrando que, democracia, es solo una palabra. Un simple vocablo al que esa convención llamada Pueblo le pondrá, alguna vez, la rúbrica definitoria, cuando tome en sus manos, sin falsos intermediarios, la decisión de ser protagonista absoluto de su historia.

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