VIGILADOS Y CASTIGADOS

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Por Roberto Marra

En su obra “Vigilar y castigar”, Michel Foucault describe los sistemas carcelarios, extrayendo conclusiones que son base del funcionamiento de las sociedades. Uno de los métodos descriptos es el Panóptico, basado en una torre de vigilancia que tiene visión permanente sobre cada celda de la cárcel, sin que el vigilante pueda ser observado, generando en el recluido la permanente sensación de ser visible, pero sin saber cuándo se lo está mirando efectivamente. Solo con esa sensación, el Poder está mostrando su dominio. A partir de allí, cada individuo actuará con el suficiente temor como para ser fácil presa de las decisiones que aquel tome.

Hoy día, ese panoptismo es moneda corriente, ya sin necesidad de torres ni personas. Miles de cámaras de video nos siguen por donde transitamos, con la supuesta noble tarea de la lucha contra la delincuencia. Millones de cuentas de Facebook y correos electrónicos son vigiladas por sistemas tan sofisticados como imposibles de burlar. De esta manera, hemos pasado de ser simples ciudadanos a reclusos de una cárcel virtual, donde nuestra privacidad ya no es tal y la comunicación una disculpa certera para la profundización de la dominación.

Panoptistas consagrados, los integrantes del actual “gobierno de la alegría”, se han tomado en serio su tarea de vigilancia, sobre todo hacia sus adversarios ideológicos. Las escuchas recientemente difundidas entre la ex-Presidenta y su principal colaborador, de donde se extrajeron conclusiones que, no por ridículas, son menos peligrosas para la democracia, nos hacen ver el grado de impunidad que están adquiriendo sus maniobras para impedir cualquier tipo de oposición real a sus designios económicos y políticos.

Cebados por el apoyo incondicional de un Poder Judicial tan deshonesto como cada integrante del “mejor equipo”, doblan sus apuestas cada día, sin importarles nunca la legalidad ni la Constitución. Licuando ahora sus antiguas deudas por decreto, los empresarios apoderados del gobierno, dan otro giro más a la tuerca del apriete social que comenzaron el mismo día de su asunción.

Por debajo, en tanto, los vigilados se consumen en la sobrevivencia, sin tiempo para ver lo que sus vigilantes les mienten. Arrastrados por odios inventados por sus propios verdugos, continúan maldiciendo al pasado de bienestar que supieron tener y gozar, mientras los carceleros de las conciencias, desde sus panópticos virtuales, continúan matando las utopías con la más poderosa de las armas: el miedo.