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En épocas de
paritarias negadas o devaluadas, los trabajadores se enfrentan a un doble
apriete. A la tradicional poca disposición de los gobiernos neoliberales a
permitir aumentos de salarios y mejoras en las condiciones de trabajo, se
agrega la “espada de Damocles” del desempleo latente, que empuja a aceptar
cualquier cosa, con tal de sobrevivir al ataque especulativo empresarial,
sector siempre dispuesto a despedir a sus explotados, como extraño método de
“desarrollo”.
Es que los
grandes empresarios (por el tamaño de sus empresas, no por su moral) tienden a
tener conductas más propias de “modernos” esclavistas que de propietarios de
empresas. Su ideal consistiría, tal vez, en emplear personas que solo hagan sus
trabajos en silencio, ganando lo mínimo para sobrevivir y que nunca reclamen
nada.
A esos
límites tienden las decisiones económicas que toma el gobierno de las élites y
los Ceos. Con esas premisas lanzan sus proclamas antiinflacionarias, para las
cuales siempre será necesario “sacrificarse” para que, en un futuro imposible
de determinar, accedamos a los beneficios de tanta entrega (la nuestra) y tanto
lucro (el de ellos).
Raros
industriales estos, que aceptan la
apertura de las importaciones con alegría, a sabiendas que destruirá lo poco de
nacional que todavía conserva la producción. Junto a sus aliados
incondicionales de los monopólicos sectores agrarios, saben que sus empresas no
sufrirán nunca el castigo de tanta introducción de productos extranjeros,
protegidos por ser, ellos mismos, quienes dictan las políticas que sustentan el
actual proceso de liquidación de la Nación.
En la vereda
de enfrente están los pequeños empresarios, que saben de la importancia del
mercado interno para su subsistencia y desarrollo. Conocen de estas mismas
maniobras destructoras de sus esfuerzos, que han arrasado con ellas más de una
vez.
Falta, tal vez, la imprescindible comprensión de la necesidad de la unidad
con sus propios trabajadores, a quienes deberán dejar de ver meramente como sus
empleados, para poder hacer frente a la injusticia de un sistema perverso que
se los tragará a todos sin piedad.
Será solo
entonces, cuando se organice semejante unidad de acción, el momento del cambio
real. Uno que dé vuelta para siempre la página de una historia que no deja de
repetirse, atrapando a trabajadores y pequeños empresarios por igual en odios y
rencores falsos, inventados por el mismo enemigo que los arrastra a la miseria
y la desaparición, utilizando el poderoso aparato mediático del olvido.
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